domingo, 27 de abril de 2014

LOS PAJARILLOS DE CHERNÓBIL


Pues resulta que el equipo comandado por el científico hispanistaní Ismael Galván e integrado por éste y otras siete personas ha dado con evidencias que apuntan a que los pájaros que viven en la Zona de Exclusión (es decir, en un radio de treinta kilómetros en torno a la central nuclear Vladimir Ilych Lenin de Chernóbil, la que petó en 1986) se están buscando la vida en el "cementerio nuclear".
La radiación ionizante es aquella que tiene la suficiente energía como para arrancar los electrones de los átomos de la materia que sea, por ejemplo los electrones de los átomos de una persona, un pájaro o una placa de plomo. En Chernóbil dicha radiación procede de radioisótopos, principalmente cesio-137; tales radioisótopos fueron liberados al medio ambiente cuando la contención de uno de los reactores falló porque era un reactor soviético, garantía de calidad, tan seguro como un samovar y a veces pues pasan estas cosas, oiga usted.
 
La radiación tiene efectos perjudiciales en los organismos :-(. Estos daños consisten en que se producen moléculas muy inestables, llamadas radicales en química, que tienen una vida muy corta, de milisegundos, y reaccionan enseguida con lo que sea y sin ningún criterio, las cuales pueden provocar lo que se ha dado en llamar estrés oxidativo. Y también daños genéticos.
 
El estrés oxidativo se produce cuando la cantidad de radicales es tan grande que sobrepasa la capacidad del organismo para desactivarlas mediante otras moléculas llamadas antioxidantes. El daño genético significa que los radicales tienen tendencia a joder el ADN. Más que mutaciones estilo peces de tres ojos o mantis religiosas gigantes los radicales conllevan envejecimiento prematuro, tumores de todo pelaje y muerte. O sea que la radiación ionizante es maligna pero no espectacularmente maligna. Es más bien una puta mierda horrible sin glamour.
 
Pero como diría el matemático del caos de "Parque Jurásico", la vida se abre camino. El doctor Galván y sus colaboradores (que trabajan en la Universidad de París) se fueron a la bella y pacífica Ucrania con redes para capturar pájaros y contadores Geiger. La Zona de Exclusión se llama así porque el gobierno no permite a las personas vivir allí (pero al parecer hay abueletes y abueletas que pasan de lo que diga el gobierno y se dedican beber té en sus cabañas y comer tomates radiactivos), lo que convierte dicho paraje en una especie de laboratorio ecológico no mancillado por las zarpas del ser humano desde hace casi treinta años. Bien, los científicos capturaron unas 150 aves de 16 especies diferentes en 8 localizaciones distintas. Midieron el nivel base de radiactividad de cada sitio (que oscilaba entre los 0,02 y los 92,90 microsieverts por hora; la segunda cifra es muy, muy elevada) y de cada pajarillo extrajeron muestras de sangre y también cogieron plumas.
¿Qué hicieron con eso? De las muestras de sangre obtuvieron los niveles de un antioxidante llamado glutanión, así como la cantidad de estrés oxidativo y daño genético en los glóbulos blancos. Y de las plumas midieron la abundancia relativa de dos tipos de pigmentos de melanina: concretamente de eumelanina (que tiñe las plumas de negro o marrón) y de feomelanina (plumas rosas o rojas: los flamencos, por ejemplo, tienen mucha feomelanina). Bueno, ¿y qué hostias pasa con todo este rollo? Resulta que la feomelanina se produce a partir de antioxidantes; las plumas rosas o rojas hacen que el nivel de antioxidantes baje y aumenta la susceptibilidad a los radicales producidos por la radiación ionizante. Pero esto no ocurre con la eumelanina: este pigmento no incide en la cantidad de antioxidantes. Sin embargo (y aquí está el quid) la producción de feomelanina disminuye al mismo tiempo la cantidad de moléculas que pueden ionizarse, lo que significa que se producen menos radicales si hay radiación incidente, mientras que la eumelanina no. Tenemos un delicado equilibrio: si el pájaro produce eumelanina, los niveles de antioxidantes son altos; si produce feomelanina, esos niveles son mucho más bajos pero al mismo tiempo la radiación no produce tantos radicales como en el caso del otro pigmento. Sí, es un lío de cojones.
¿Y qué se han encontrado?
 1. En condiciones iguales de radiación de fondo, los pájaros "prefieren" (nótense las comillas) producir feomelanina.
2. No obstante el descenso en el nivel de antioxidantes y la consiguiente pérdida de vigor corporal, los niveles de daño genético y estrés oxidativo son menores de lo esperable.
3. Ergo los pájaros han "acertado" (nótense las comillas) al producir feomelanina, ya que el beneficio derivado de la menor exposición a radicales supera el costo de reducir los niveles de antioxidantes. Personificamos a los pájaros, pero en el fondo no media una decisión consciente: los pájaros que producen más feomelanina quizá tengan  una tasa diferencial de supervivencia superior a la de los pájaros que se centran en la eumelanina y por lo tanto se reproducen más. Que quede claro esto. Somos de la escuela dawkinsiana.
 4. Lo que podría significar que los pájaros de Chernóbil estudiados son la primera evidencia de adaptación por selección natural de toda la vida a la actividad de los asesinos invisibles que matan en silencio y que se llaman cesio-137, yodo-131, estroncio-89 y estroncio-85.
5. Y eso es esperanzador. O terrorífico.
 
 
 
Coccothraustes coccothraustes de la Zona de Exclusión
I Fucking Love Science
 
 
El trabajo de Galván y sus colaboradores fue publicado en la revista Functional Ecology el 17 de enero de 2014. Functional Ecology es una publicación científica estándar, con criterios estándar de selección de los artículos que se envían y revisión estándar por pares, así que en principio parece una fuente primaria fiable y estándar. Se puede descargar el pdf del artículo en esta dirección.

miércoles, 9 de abril de 2014

¿CÓMO SE LO MONTABAN LOS DINOSAURIOS?

Respuesta corta: nadie lo sabe. Pero existen algunas pistas. Intentaremos explicarlo de la forma más confusa, casposa y sensacionalista posible.

QUEREMOS SABER


Cuando contemplamos los esqueletos de animales extinguidos tan inmensos como los atronadores saurópodos de tropecientas mil toneladas de peso, o de las absurdas criaturas acorazadas que deambulaban por pantanos pretéritos con el lomo erizado de espinas de hueso o placas de cuerno, las dudas se agolpan en nuestra mente inquieta. Por la barba de Darwin, ¿cómo demonios fornicaban esas bestias? Y es que la pregunta de cómo se las apañaban los dinosaurios para perpetuar su especie no es baladí: puede ser una cerdada, pero no es baladí. Es evidente que cualquier ser vivo con reproducción sexual ha de encontrar la forma de que los ácidos desoxirribonucleicos de machos y hembras se fundan en un amoroso abrazo, porque en caso contrario los seres vivos con reproducción sexual lo tendrían crudo. Y para que eso ocurra en tierra firme, donde no se dispone de una charca aislada y coqueta o del munífico hábitat marino, en el que el sexo se limita a soltar unos huevos y regarlos con espermatozoides de cualquier manera, para que eso ocurra, decimos, hace falta folleteo. Penes y vaginas. Es así la cosa, por mucho que nos disguste o nos guste pensar en penes y vaginas.

De modo que, igual que los demás aspectos del mundo natural, los penes y las vaginas y lo que hacen han de ser estudiados por los científicos. Pero dado que hasta bastante poco todo lo relacionado con el sexo se veía emborronado por una niebla de autocensura, prejuicios y eufemismos, una parte esencial de los procesos de Madre Natura quedaba oculto a los ojos del vulgo. Por ejemplo: cuando el naturalista y caballero inglés George Murray Levick, integrante de la malhadada expedición de Scott al Polo Sur, vio lo que hacían los pájaros bobo de Adelia en el año 1911 se quedó con el culo torcido. Resulta que los pájaros bobo de Adelia tienen un comportamiento sexual que puede parecer un poco desviado, y que incluye cosas como que αρσενικά των ειδών που προσπαθούν να ζευγαρώσουν με τα νεκρά θηλυκά, entre otras depravaciones. Levick encontró a los pájaros bobo tan asquerosos que describió sus conductas amatorias no en inglés sino en griego, para asegurarse de que únicamente aquellos versados en lenguas clásicas (y a los que por alguna razón se les suponía aptos para conocer la cara oscura de los pájaros bobo de Adelia) pudieran entender su cuaderno de campo. Y cuando preparó su monografía sobre los pájaros bobo decidió no incluir sus observaciones sobre su comportamiento sexual, porque eso eran guarradas, y los zoólogos eduardianos no publican guarradas. Lo que sí hacen es permitir la circulación de los aspectos más controvertidos de los pájaros bobo de Adelia dentro de un círculo íntimo de camaradas zoólogos capaces de entender el griego, y de esta forma los camaradas podían reunirse a la hora del café y el puro y comentar el tema entre susurros. "Por Dios, George, que son unos animales viciosos y repugnantes en verdad" "En efecto, Stephen" "¿Y dices que practican la νεκροφιλία?" "Así es, por espantoso que parezca: lo vi con mis propios ojos" "Horrible... Ejem, ¿no habrás tomado un daguerrotipo por casualidad?" Etcétera. Y de ahí no pasaba la cosa. El Conocimiento quedaba mutilado.

Las observaciones de Levick sobre los affaires de los pájaros bobo de Adelia salieron a la luz pública en el año 2012 d. C. Algo ha mejorado en nuestros tiempos tan liberales, y ahora se puede hablar de estas cosas sin miedo al qué dirán. A no ser que se viva en Afganistán. Alabado sea el Señor.

Hablemos pues de las pollas de los dinosaurios. En primer lugar, ¿tenían polla? Hay diversas formas de intentar dilucidar esta cuestión peliaguda, y la más socorrida es la de hacer un ejercicio de ingeniería inversa. Aquí resulta muy útil el concepto de evolución a partir de antepasados comunes. Sabemos que los parientes vivos más cercanos a los dinosaurios en su conjunto son los cocodrilios (caimanes, gaviales, aligátores y demás); y sabemos que las aves actuales descienden de una rama específica del arbusto de los dinosaurios carnívoros. Sí, esa urraca que hace su nido enfrente de su ventana es a todos los efectos un puto dinosaurio. De hecho, ambos grupos de animales se denominan la horquilla filogenética superviviente de los dinosaurios: observándolos contemplamos un eco lejano, borroso, de lo que debía ser un dinosaurio vivo y coleando. Desde luego, es un eco muy borroso y muy lejano, dado que en realidad los dinosaurios, haciendo excepción de los linajes aviares, eran animales muy variados, particulares y extraños, que no tienen homólogos reales en ninguna criatura que respire hoy. Las tortugas, en cambio, y por mencionar otro ejemplo reptiliano, se parecen bastante a las tortugas extintas: la manera tortuguil de ser y hacer no ha cambiado mucho desde que las tortugas adquirieron su concha y comenzaron a reptar por la tierra. Sin embargo, no es una locura pensar que los dinosaurios comparten con los dos grupos de la horquilla muchos caracteres que no son evidentes en los huesos muertos. Maldita sea, prácticamente es lo único a lo que podemos agarrarnos. Así, es ahora un lugar común conceptual la figura del dinosaurio emplumado (o por lo menos recubierto por alguna suerte de pelaje) y no es raro ver reconstrucciones en las que el temible velociraptor parece un gallo de corral salido del Infierno. Por lo tanto, tampoco es una (completa) locura imaginar que los dinosaurios tenían los genitales como los tienen sus primos los cocodrilos y sus tataranietas las aves.

El nuevo paradigma: dromeosaurios como pollos letales.
Jinfengopteryx elegans, paleoarte de Apsaravis


Bien, ambos grupos poseen una cloaca. Cloaca no es precisamente un nombre agradable para nosotros los humanos,  pero para pájaros y caimanes la cloaca significa amor. Se trata de un orificio corporal. Dentro de este agujero se sitúan los sistemas reproductivo y excretor, y en algunos casos también parte de los intestinos. Así pues, se puede afirmar con una certeza de digamos el noventa por ciento que los dinosaurios también tenían cloaca, posiblemente situada bajo la base de la cola, como los cocodrilos.

Los genitales de aves y cocodrilos están dentro de la cloaca. Y ahora viene la pregunta: ¿y el pene y la vagina? No todos los pájaros tienen pene o clítoris, por ejemplo. Lo cierto es que recientes estudios han determinado que los dinosaurios macho posiblemente gastaban una buena tranca, y las hembras, clítoris. Para llegar a esta conclusión se basan en el hecho de que tanto la mayoría de los cocodrilios como la aves más cercanas evolutivamente a los dinosaurios (es decir, las formas más ancestrales de ave) poseen dichas herramientas. Carajo, el pene más grande de entre los vertebrados lo ostenta una especie de pato. Y es por lo demás un ciruelo con espinas. El caso es que aunque parece bastante probable que los dinosaurios tuvieran picha, nunca podremos conocer las características concretas de las susodichas pichas. Ni su tamaño, ni si eran distintas según la familia o el género, ni si podían separarse del cuerpo y echarse a volar por ahí. No lo sabremos a no ser que demos con un ejemplo de cipote mesozoico milagrosamente conservado o construyamos una máquina del tiempo y enviemos a algún pobre desgraciado a levantarle la cola a alguno de esos monstruos. Una de las opciones es un pelín  más probable que la otra. Y que levante la mano quien se presente voluntario para observar en directo la trempada de un brontosaurio.

Dejen volar la imaginación, amigos lectores: ¿cómo sería el miembro de una criatura semejante?

Seguramente el doctor Malcolm la siga teniendo más grande

Pero al explorar el salvaje territorio del porno jurásico nos topamos con un nuevo problema a la hora de estudiar los hábitos reproductivos de los dinosaurios. Y es que hablamos de seres muertos hace millones de años, criaturas fantasmagóricas de las que únicamente permanecen sus tristes huesos machacados convertidos en piedra por obra de procesos geológicos muy poco gentiles. Esto hace que la tarea de asignar un sexo concreto a un esqueleto de dinosaurio, o lo que es más frecuente, al puzzle enloquecedor formado por los fragmentos de huesos rotos, dispersos, inarticulados, incompletos de un pobre dinosaurio, sea imposible. O casi imposible. En los animales vivos hoy, eso resulta sencillo: en primer lugar, hembras y machos de vertebrados suelen poseer aparatos genitales distintos. Y en segundo lugar, por si no nos ha quedado claro con lo anterior, muchos vertebrados presentan dimorfismo sexual. El dimorfismo sexual implica que hay diferencias anatómicas y conductuales visibles y no relacionadas con los genitales entre machos y hembras. Puede ser una diferencia de tamaño, o puede consistir en un armatoste despilfarrador de recursos energéticos que uno de los sexos luce para hacer publicidad de sus genes y captar la atención del otro sexo. Lamentablemente, excepto en unos pocos casos, los restos fósiles de vertebrados extintos no muestran atisbo de ninguna de estas dos cosas: genitales o dimorfismo sexual. Y entonces hay que rascarse mucho la cabeza para averiguar si ese tiranosaurio de doce metros de longitud y dientes largos como lápices no será en realidad una tiranosauria. Ya hemos analizado la cuestión de los genitales. ¿Qué se sabe sobre el dimorfismo sexual de estas asombrosas criaturas? ¿Cómo saber, dado un armazón óseo de dinosaurio rescatado del abismo del tiempo, si estamos ante una hembra o un macho?

Pues se sabe poco. Ha habido bastantes anuncios por parte de paleontólogos entusiastas acerca de posibles pruebas circunstanciales de dimorfismo sexual en los huesos muertos tiempo ha de los dinosaurios. Una lista no exhaustiva incluye: a) los hadrosaurios de la Formación Oldman de Alberta, Canadá; b) también el dinosaurio basal Megapnosaurus, c) así como en el estegosaurio pinchudo Kentrosaurus; o d) el celebérrimo Protoceratops de Mongolia. Ninguno de estos casos ha colado: o bien la muestra (el número de esqueletos de una misma especie disponibles) es demasiado pequeña y no ofrece suficiente sustento estadístico a la evidencia, o bien existen otras explicaciones igual o más convincentes, como la disparidad de tamaños entre formas juveniles y adultas, o rotura y/o pérdida de elementos osteológicos importantes . El debate continúa, y quizá sea una cuestión irresoluble.

Aunque lo cierto es que el panorama no es tan sombrío. A día de hoy podemos identificar con completa seguridad hembras de dinosaurio, pero únicamente en un pequeño número de especies. La forma más directa es encontrar los restos de una dinosauria conservados en el momento del desove o con huevos alojados en la zona de las caderas. Desde luego, algo como los oviductos no suele conservarse al ser tejido blando, pero existen ejemplos espectaculares como el que pueden conocer aquí. Y existe otra forma, mucho más sutil y elegante, para detectar la femineidad de un dinosaurio, que se basa en el estudio bioquímico de los huesos. La clave consiste en que las aves actuales desarrollan una capa de tejido óseo especial cuando están grávidas, una capa denominada tejido medular y que consiste en concentraciones anulares de calcio que se depositan en la parte interna de los huesos largos de las patas anteriores. Funciona como un almacén de calcio al que el pájaro echa mano para producir la cáscara de los huevos. De modo que si encontramos un fémur de dinosaurio que contenga impresiones de tejido medular, podemos inferir que el propietario del fémur estaba embarazado, y que por lo tanto hemos de decir propietaria. Con el truco del tejido modular se han identificado una hembra de Tyrannosaurus rex, otra de Tenontosaurus y otra más de una especie de Allosaurus. Parece poco, pero nótese que al hallarse una respuesta fisiológica de tipo aviar en dinosaurios escasamente emparentados con los pájaros como Tenontosaurus se deduce que el tejido medular es algo probablemente compartido por toda la estirpe de lagartos terribles, y no exclusivo de carnívoros bípedos de escasa masa corporal.  Y esto arroja la esperanza de que con mucha investigación y toneladas de suerte se pueda determinar el sexo de cada vez más y más restos mortales de dinosaurio.

De acuerdo: hemos averiguado algo sobre los cipotes de los dinosaurios e incluso sabemos el sexo concreto de algunos de ellos, pero la cuestión que abría este post está muy lejos de ser respondida. Es bastante triste, pero aspectos tan esenciales como los hábitos de cortejo y la postura en la que jodían los dinos parecen quedar confinados al poco confiable ámbito de las especulaciones de salón, ya que 1) los hábitos de cortejo no se fosilizan y 2) aún no se ha desenterrado de los crueles sedimentos a una pareja de dinosaurios practicando el Kamasutrasaurus. A la gente le gusta hablar, claro, y los paleontólogos siguen siendo gente, así que no se privan de hablar. El insigne paleontólogo norteamericano Henry Fairfield Osborn, por ejemplo, opinaba que los ridículos bracitos de los tiranosaurios eran "órganos de asimiento durante la cópula". Y se quedó tan ancho. Las excrecencias corporales fantásticas de muchos dinosaurios se han catalogado como señales para la selección sexual darwiniana, incluyendo las crestas y tubos de los hadrosaurios, las golas de los ceratopsios y los cuernos y bultos craneales de muchos terópodos. Se han dibujado parejas de amorosos saurópodos mordisqueándose los cuellos; paquicefalosaurios macho con bóvedas de hueso en las cabezas dándose de topetazos entre sí, como toros bravos, para impresionar a las hembras; raptores haciendo alardes de pavo real con su deslumbrante plumaje para conquistar a la raptora bonica. La imaginación no se pone límites. Lo malo es que todas estas amorosas ensoñaciones pueden ser preciosas que te cagas, pero no están basadas en prueba alguna. Quizá los hábitos de apareamiento de los dinosaurios fueran una extraña mezcla de romanticismo cocodriliano y aviar, recordemos la horquilla; o quizá no. Y por lo que se refiere a la postura en sí, se puede dilucidar para algunos géneros: así, los Diplodocus vendrían a chingar como si fueran jirafas gigantescas, o elefantes, o jirafas-elefantes. Vale, pero si tomamos otros ejemplos, pensar en ello puede producir dolor de cabeza.

Kentrosaurus aetiophicus articulado expuesto en el
Museum für Nuturkunde, Berlín.
Pregunta: ¿puede imaginar una postura en la que
el macho pudiera copular sin ser ensartado al mismo tiempo?
Wikipedia

Hay cosas sobre el pasado profundo de la vida que jamás podremos conocer a nuestra entera satisfacción (morbosa), y el amor entre dinosaurios parece ser una de esas cosas. Lo cual no es necesariamente malo. Lo misterioso y lo desconocido son importantes acicates de nuestra inteligencia. De todas formas, y hablando desde el corazón: ¿a quién le importa cómo follaran los dinosaurios? ¡Es primavera en el hemisferio norte! ¡Salgan ahí fuera e intenten copular ustedes, carajo!

Addenda 10/09/2014: un artículo reciente que habla sobre el hallazgo de tejido medular en las sínfisis mandibulares de unos putos pterosaurios hace pensar a los que saben que la existencia de dicho tejido no siempre apunta a sexo femenino. Los pterosaurios son arcosaurios, así que esas dudas se pueden extrapolar a los dinosaurios. De modo que a partir de ahora, y al parecer, encontrar tejido medular en los huesos de dinosaurio no implica necesariamente que esos huesos pertenezcan  a una hembra. Ya nos jodieron el invento, cuates.