jueves, 29 de mayo de 2014

R.E.M.

 
uam.es
 
En los años 50 un tipo llamado Eugene Aserinsky encontró un electroencefalógrafo (a partir de ahora, EEG) averiado en el sótano de la Universidad de Chicago. Aserinsky, bueno es saberlo, estaba interesado en el estudio científico del sueño humano.
 
En esa época, los sabios pensaban que el cerebro simplemente se desconecta cuando nos vamos a la piltra. Era cosa sabida, preguntaras a quien preguntases: se suponía que durante el sueño las neuronas no exhibían ningún comportamiento especial, y que solamente debía tenerse en cuenta el chisporroteo automático de aquellas que se encargaban del mantenimiento vital. Dormir era como recargar el móvil. Claro está que esta analogía no estaba disponible en la década de 1950, pero esa es la idea. Quien pensara lo contrario podía ser tildado de aventurero intelectual, o peor incluso, de freudiano.
 
Datos: Aserinsky era pobre como una rata. Vivía en un piso alquilado del extrarradio, no tenía calefacción y apenas le daba para dar de comer a su mujer y a su hijo, Armond. En el plano académico, su interés en la psicología del sueño no le reportaba ni aprecio ni financiación: nadie daba un duro por lo que se consideraba una vía muerta de investigación. Era un aventurero intelectual, ya que era conocido por sus ideas heterodoxas, su escasa paciencia y lo errático de sus intereses.
 

Aserinsky logró recomponer el EEG y pensó en usarlo para medir la actividad eléctrica de los cerebros durante el sueño. Colocó un anuncio en la puerta de su despacho, en el que pedía voluntarios para someterse a una monitorización de los períodos de sueño mediante el estudio de las ondas cerebrales por medio de EEG, una solemne concatenación de palabras que encubrían lo que era básicamente un disparo a ciegas. Solamente se mostró interesada una estudiante de fisiología; la cual, al ver el aparato y los treinta y siete electrodos que debía colocarse entre su cuero cabelludo y su nuca, preguntó que cuánto se le iba a pagar. Aserinsky fue sincero y le contestó que no había financiación por parte de la universidad, y que él por su parte no tenía dinero, de modo que la participación en el estudio era por amor al arte y a la ciencia. La estudiante de fisiología no se lo pensó mucho. Dijo que nanay.
 
Después de un año y desesperado, Aserinsky se llevó el EEG a su casa, y tras hablarlo con su mujer y su hijo, se dispuso a colocar los electrodos en la cabeza de Armond.
 
4 de diciembre de 1951. La familia Aserinsky cena y luego hijo y padre van al dormitorio, en cuya mesita de noche hay un armatoste de casi un metro de largo, envuelto en largas tiras de papel de impresión amarillento y del que cuelgan treinta y siete cables de diversos colores terminados en discos "sucios". Eso sin contar la maraña de cables que entran y salen esotéricamente por todas partes. La máquina parece un cruce entre un aparato de tortura klingon y una impresora steampunk, pero el muchacho ríe encantado mientras su papá coloca cuidadosamente los electrodos en su cabecita. Luego arrastra el EEG fuera del dormitorio y da las buenas noches a Armond.
 
El chaval se duerme pasada una hora. Aserinsky sale del dormitorio sin hacer ruido y lleva el EEG  a su despacho, arrastrándolo cuidadosamente por el suelo. Las doce agujas terminadas en depósitos de tinta trazan lentas y plácidas ondas de las que se denominaban "alfa", y que los científicos consideraban el epítome del soñar: una lento, plácido, sosegado intermedio que preparaba el cuerpo para el frenesí sensorial de la vida despierta. Conforme pasan los minutos, el psicólogo empieza a convencerse a sí mismo de que todo aquello es una pérdida de tiempo y que, a fin de cuentas, el director de su tesis de posdoctorado y los colegas de la facultad tienen razón. No había nada interesante que decir sobre el sueño. Nada que rascar. Ha elegido una vía muerta y se va a morir de hambre.
 
Pero aproximadamente a los cuarenta minutos de haberse dormido su hijo, las agujas empiezan a moverse de otra forma. Aserinsky se frota los ojos. Ahora aquello es una fiesta: las ondas han adquirido un matiz frenético, picudo, de alta frecuencia,  que el psicólogo, aturdido, confunde con la actividad cerebral de un cerebro en estado de vigilia. Pensando que Armond se ha despertado (no es fácil conciliar el sueño con una maraña de electrodos conectados a la cabeza y con una máquina chirriando e imprimiendo en el pasillo, a pocos metros) Aserinsky entra en el dormitorio de su hijo y lo llama en voz baja. No hay respuesta. Se acerca a la cama con cuidado de no pisar los cables. Armond está profundamente dormido. Se acerca más. Vuelve a pronunciar su nombre. Nada: de verdad que está dormido.
 
Bajo las persianas de los párpados, los ojos de Armond se mueven como a espasmos en las cuencas.
 
Aserinsky no se fía. Es probable, piensa, que haya hecho una lectura errónea y que el extraño movimiento ocular sea un fantasma, porque ahora ha dejado de producirse. De modo que interrumpe el experimento en ese punto y reúne en un barullo los cuatro metros de gráficas con ondas, que pliega e introduce en una caja. Luego despierta a su hijo y le retira gentilmente los electrodos. Charla un rato con él (el niño parece que ha tenido un sueño muy extraño y que recuerda sorprendentemente bien, pero su padre se siente un poco culpable por las molestias que le está causando e insiste en que vuelva a dormirse) y cuando por fin Armond consigue caer de nuevo en brazos de Morfeo, lo deja tranquilo. Se pasa el resto de la noche revisando el EEG. No parece haber nada raro, pero él es psicólogo, no ingeniero eléctrico. A la mañana siguiente lleva máquina y caja al despacho de su director, Nathaniel Kleitman. Este hombre, con tacto, indica que no pueden sacarse conclusiones válidas de un estudio tan inusual y fuera de los estándares de laboratorio, e indica amablemente que lo más seguro es que el EEG le haya gastado una broma a Aserinsky. No es raro con ese tipo de aparatos, tan sensibles y complicados, dice.
 
Los dos, Aserinsky y el director, revisan una vez más el EEG. Lo prueban por turnos. Y lo cierto es que parece que funciona correctamente.
 
Ahora Kleitman vuelve a mirar la gráfica y señala con el dedo el lugar donde las ondas alfa pasaron a convertirse en otra cosa. Escucha de nuevo la narración que hace Aserinsky de lo sucedido la noche anterior. Asiente con la cabeza. Le dice a su pupilo que no estaría de más repetir el experimento. Y aquí tenemos otra vez al niño Armond con la maraña de electrodos, y a Aserinsky revisando gráficas en su despacho, pero ahora Kleitman está con él, con una cafetera de café cargado preparada por la mujer del joven psicólogo en la mano y posiblemente comiendo algo, quizá un trozo de tarta de manzana.
 
Dramatización: las gráficas oscilan locamente y los dos hombres entran en el dormitorio que comparte toda la familia. Debe hacer frío: Chicago en diciembre es muy frío. El director toma nota del niño plácidamente dormido, de los ojos en movimiento bajo los párpados, y se vuelve hacia Aserinsky y le susurra: "Eugene, aquí hay algo". La música sube de volumen: un soñador de la ciencia es vindicado por la vieja guardia. O así sería en una novelucha. En realidad, es muy posible que ambos hombres estuvieran jodidos de sueño y con ganas de tirarse largos en una cama.
 
Y entra el dinero. Aserinsky se hace con un aparato nuevo y somete a varios voluntarios (ahora entusiastas) a una monitorización de la actividad eléctrica de sus cerebros mientras soban en condiciones controladas de laboratorio. El patrón de ondas eléctricas de Armond se repite en todos los casos. Y se añade el hecho de que, en casi todos los casos, si se despierta al voluntario durante la fase de ondas locuelas, éste refiere haber tenido un sueño. El fenómeno ocular también se produce universalmente: Aserinsky  lo bautiza como movimientos oculares espasmódicos en un primer momento, pero tras hablarlo con el director, cambia  espasmódicos por rápidos, ya que a ambos les incomoda la connotación patológica de la palabra "espasmódico".
 
Movimientos oculares rápidos. En inglés, rapid eye movements. O sea, REM.
 
Una vez reunido un buen cuerpo de resultados, Aserinsky y su director publicaron un artículo titulado "Regularly Occuring Periods of Eye Motility, and Concomitant Phenomena,During Sleep" ("Períodos de motilidad ocular de ocurrencia regular y fenómenos concomitantes durante el sueño") en abril de 1953.  Se puede afirmar que es uno de los trabajos más importantes de la psicología del siglo XX. En primer lugar, derriba la idea de que dormir es una mera desconexión de la experiencia vigil: dentro del cerebro pasan cosas mientras se duerme. Cosas fascinantes, como las pesadillas y las alucinaciones con súcubos y el sonambulismo. Y en segundo lugar, abrió todo un nuevo campo de estudio. Tras Aserinsky, multitud de psicólogos, neurofisiólogos y psiquiatras de todo el mundo se lanzaron a explorar el misterioso teatro de la noche armados con aparatejos que traducían la singular experiencia del soñar en líneas trazadas sobre una hoja de papel. Y todo eso gracias a un crío de ocho años.
 
Aserinsky siguió siendo un aventurero intelectual: tras ser el primer ser humano en poner un pie metafórico en el inmenso y neblinoso País del Sueño, se dedicó a estudiar los efectos de las corrientes eléctricas en los salmones.
 
 
 
 

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
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miércoles, 21 de mayo de 2014

EN EL ESPACIO NADIE PUEDE OÍR TUS BOSTEZOS: TITÁN



 
La foto de arriba muestra lacūs y mares norteños de Titán, luna gorda de Saturno. Especialmente encantador resulta el Kraken Mare (cuatrocientos mil kilómetros cuadrados). Hace pensar en pulpos alienígenas fosforescentes gigantescos viviendo allí, aunque eso es improbable: no es un lago de agua sino de jodida gasolina helada. Hey, esta fotografía fue obtenida anteayer por la sonda Cassini con su rechulísima cámara digital. Es una imagen tan estupenda que hemos pensado: debemos torturar a alguien escribiendo sobre ella. ¿Para qué sirve si no una bitácora en línea?  Esa sonda ya lleva diez años revoloteando por el sistema saturnal sin hacer nada medianamente productivo. Bueno, en 2004 soltó otro cacharro más pequeño, bautizado Huygens, el cual a principios de 2005 se posó ahí, en Titán. ¡La primera máquina humana que aterriza en un mundo del sistema solar exterior, y la única! ¡Un tremendo éxito de la ingeniería anglosajona, es más, de la ingeniería mundial! ¡Uno de los más hermosos monumentos al ingenio de nuestra especie! ¡Oh! Sí, vale, ¿y qué? No chilléis tanto, putos nerds. ¿A quién le importa que en Titán haya ríos de etano y metano líquidos, y que nieve plastilina orgánica color naranja, y que posiblemente se den de vez en cuando arcoíris marrones, arcoíris color mierda o clavo oxidado? Si estuviéramos de pie en la orilla del Mar del Kraken veríamos en el cuadrante sudeste del cielo  un enorme globo anaranjado entre la neblina de hidrocarburos, un globo con unos estrafalarios anillos en su ecuador. ¡Saturno! Bah. A la mierda, que diría san Labordeta. Hay gente que se muere de hambre.
 
Antes de 2004 y los épicos "45 sobrevuelos" realizados por el caro (treinta y dos mil millones de dolores es el coste calculado oficialmente por la NASA, ya serán unos pocos más) y estúpido artefacto con nombre de astrónomo italiano (Giovanni Cassini, 1625-1712), y también francés (el hijo de Giovanni, Jacques, 1677-1756), no se sabía nada sobre esta luna. Bien, se sabían algunas cosas, como el hecho de que poseía una atmósfera bastante densa y que era de color naranja, como una naranja valenciana flotando en el negro, frío, absurdo espacio exterior. Ahora sabemos mucho. No sirve para nada (y es aburrido), pero sepan que los accidentes geográficos revelados por el radar tienen nombres molones, o gilipuertas, depende del punto de vista y del cristal con que se mire y del contexto sociocultural, y que dichos nombres han sido propuestos, debatidos y finalmente autorizados por la Unión Astronómica Internacional (UAI). Burocracia en el cosmos, ¿por qué cojones no iba a haberla?
 
Además de los lagos, tenemos Accidentes Geográficos con Alto Albedo, como Xanadú (posición: 15°S 100°O). Y también Accidentes Geográficos con Bajo Albedo, como Shangri-La (10°S 165°O). Todos los accidentes brillantes u oscuros reciben nombres de lugares mitológicos y "encantados" (Wikipedia dixit), y no es para menos. ¿El paraíso tibetano en un valle surcado por cordilleras bajas de una luna idiota situada donde Jesucristo perdió el peine? Joder, ¿por qué no?
 
También tenemos arcūs, que son accidentes en forma de arco y todos los accidentes con forma de arco en Titán se deben nombrar basándose en dioses de la felicidad, y así tenemos Hotei Arcūs (28°S 79°O). Siendo Hotei una divinidad japonesa. No, japonesa no, por favor. Sí. ¡A la mierda!
 
En Titán hay muchos cráteres, los agujeros que dejaron los pesados pedruscos que chocaron contra esa luna en algún momento de su sosa historia. Ahí fuera hubo mucho trajín con pedruscos cósmicos (y aquí también): es de imaginar que la intervención ocasional de un enorme pedrusco de metal o de carbón chocando a toda pastilla y generando una espectacular catástrofe en la aburrida superficie de los mundos era lo único que distraía al buen Dios mientras los eones transcurrían y la casi-nada del vacío iba a lo suyo. Bien, en el caso de nuestra luna naranja, todos los cráteres se nombran a partir de divinidades relacionadas con la sabiduría. Hay mogollón de divinidades de ésas. En cambio, divinidades relacionadas con los agujeros en la tierra no. Un ejemplo es el cráter Afekan (25.8ºN 200.3ºO): Afekan es una diosa que adoran ciertas tribus de Nueva Guinea. Tiene ciento quince kilómetros de diámetro: imaginen la de sabiduría que cabe dentro. ¡Ja! ¡Imaginen el tamaño de la jodida canica que hizo semejante hoyo!
 
Faculae son los puntos brillantes que se advierten aquí y allá. Todas las faculae reciben nombres de "islas terrestres que no son políticamente independientes" (Wikipedia, la enciclopedia amiga). ¿Lentejas extraterrestres? ¿Por qué no? No vamos a dar ejemplos, casi todas las lentejitas de Titán reciben su nombre de alguna asquerosa isla que no es políticamente independiente.
 
No nos olvidemos de los fluctūs: los terrenos de aluvión. Hay unos cuantos, y por una razón que desconocemos, todos estos terrenos un tanto irregulares y con un aspecto bastante terráqueo reciben el nombre de diosas de la belleza. Considerar "bello" un trozo de tierra estriado y estéril es algo que solo se le puede ocurrir a un geólogo romántico que te cagas. Ahí tienen verbigracia Rohe Fluctūs (47.3ºN 37.75ºO). Rohe es una diosa de la belleza de los maoríes. Alabada sea.
 
Y están las insulae, que son las islas que a veces se atisban en el interior de los "mares" y "lagos" titánicos. El que no les hayan llamado directamente "islas" puede responder al prepotente deseo de los integrantes de la UAI de hacerse los sabihondos tirando de latín. Y luego están los flumina, que parecen canales o algo así. Sin embargo solamente se conoce uno: Eligavar Flumina (Eligavar son unos gigantes de la mitología nórdica. Está claro que poner nombres de marcas de coches o de estrellas del porno a los accidentes geográficos de otros planetas no se lleva. Eligavar lo tienen en 19.3ºN 78.5ºO. Al contrario que en Marte, en este canal sí que hay líquido. Bràvo!).
 
Hasta aquí las características de Titán más reseñables. Hemos de mencionar también, porque debemos ser honestos, y plastas, accidentes menores que reciben nombres como Sikun Labyrinthus, Ganesa Macula, Doom Mons, Arrakis Planitia, Tui Regio o Perkunas Virgae. Nombres chorrunos  que indican respectivamente un terreno caótico/cataclísmico, una mancha irregular, una planicie, una región con diversos sistemas montañosos que quizá impliquen cierta actividad tectónica y, finalmente, unas estrías coloreadas que nadie sabe muy bien qué hostiejas son. Por lo menos se advierte un soplo de aire fresco: yo no hay tantas divinidades, también se mentan planetas de sagas de ciencia ficción... y Doom Mons es el Monte del Destino, el volcán de Mordor (donde se extienden las sombras) a cuya caldera lanzó Frodo el Anillo Único, causando la kármica muerte de Gollum y la derrota definitiva de Saurón. En efecto: ¡la cartografía del sistema solar es la guarida abyecta de los más casposos friquis! Sin olvidarnos de los adoradores del dios hindú con cabeza de elefante.
 
Y para terminar, tenemos un lugar llamado Si-Si el Gato. Es un sitio que visto a través del radar de la Cassini parece un gato. Este nombre lo puso una niñita: no sean demasiado crueles
 
Esperamos que después de esto odien Titán, odien la NASA y el Laboratorio de Propulsión a Chorro, odien Saturno y nos odien a nosotros. Todas estas cosas merecen su odio, su desprecio. Es lo que tiene el entusiasmo subnormal y los comportamientos pasivo-agresivos. ¡A LA MIERDA!
 
Imagen cortesía de NASA/JPL.
 
Datos saqueados de la Wikipedia.


lunes, 5 de mayo de 2014

"불가사리", EL KAIJU DE KIM

Es muy difícil escribir. O más propiamente, es muy difícil resumir. Los blogs de blogger y los blogs de wordpress tienen un límite de palabras. No puedes escribir más de x palabras. O por lo menos eso tenemos entendido. El caso es que queríamos escribir una entrada sobre Pulgasari, la película de monstruos gigantes que hizo o mandó hacer Kim Jong-il, presidente de Corea del Norte, en 1985. Bueno, trata de un único monstruo gigante, el monstruo gigante llamado Pulgasari. Pensamos que iba a ser una entrada corta. Una curiosidad. El kaiju filmado y proyectado en el infierno juche asiático. Opinábamos que tiene cierto interés, pero puede ser que no. A fuer de ser sinceros, su interés es básicamente nulo. Sin embargo, como suele ocurrir, una vez levantas una piedra (en este caso, el kaiju de Kim Jong-il) te encuentras con que en la humedad de debajo de esa piedra, en esa oscuridad, prosperan multitud de bichos: escorpiones. Lombrices. Ácaros. Insectos, arácnidos, ya saben. Y te dices: si tengo que ser correcto, si he de hacer honor a la piedra que he levantado, he de hablar de todos esos putos bichos. Esos curiosos, fascinantes bichos de mierda de debajo de la maldita piedra.

Primero, deberíamos explicar qué es un kaiju eiga, pero no lo haremos. Porque se puede hacer usando una sola frase, o dos o tres, pero de esa forma no se le hace justicia, o tenemos la sensación de que no, una sensación que es como un picor en la cabeza. Es un tema completamente absurdo, o mejor, es un tema que no tiene ninguna importancia ni utilidad: es un tema baladí. Pero también es un tema infinito, o casi infinito. Y hay algo que nos empuja a decirlo todo (a hacerle justicia). Hacer justicia a la historia del origen de las películas kaiju eiga; a los kaijus más significativos, empezando por Gojira y acabando por Hedorah, la mancha de polución gigante con forma de mantarraya y ojos rojos, y sin olvidarnos del meandro artístico que significó la saga de Gamera; a las productoras más importantes, empezando por la Toho y acabando por la Tokosatsu; a los directores, los actores, los directores artísticos, los diseñadores de maquetas, los ingenieros de sonido, los que confeccionaban los disfraces de monstruo, los guionistas, los directores de fotografía, los que coreografiaban las escenas de histeria colectiva; etcétera. Y habría que mencionar el impacto de los kaiju eiga en Japón y en el resto del teatro del Pacífico y en occidente y etcétera. Y no podemos olvidarnos del significado de los kaiju eiga, porque las películas de monstruos gigantes asiáticas no son películas de monstruos gigantes  per se, sino que claramente hacen referencia por medio de la alegoría y la metáfora y el trasunto a otra serie de cuestiones: el miedo en general; el miedo a los cambios; el miedo a las catástrofes; el miedo al miedo; la energía atómica y el miedo a la energía atómica; la economía, la cultura, la sociedad, los valores japoneses; los códigos artísticos orientales versus los códigos artísticos occidentales, etcétera. ¿Lo entienden? ¿Entienden el agujero negro por el que se pueden deslizar sin apenas advertirlo? ¿Lo ven? Y todo por un tema baladí. Imaginen con un tema importante, como la crisis económica de 2008, o la justicia, o el bien común, o la inmigración, o el terrorismo islamista, o la tasa de natalidad en Europa, o qué será de nosotros cuando nos llegue la muerte, o por qué hay mal en este mundo, o cómo distinguir a nuestros enemigos de nuestros amigos, o porqué hay algo en lugar de nada. Todos estos asuntos son agujeros negros, y en esos agujeros no hay ninguna verdad que se pueda discernir. En el interior de esos agujeros hay algo que no sabemos lo que es, y no queremos saberlo pero sí que queremos. Etcétera.

Luego viene la película en sí. Pulgasari. Deben saber que no es una película normal. Las películas normales suelen hacerse por iniciativa de una productora a partir de una plantilla de guionistas y directores y actores contratados por la productora. Es como hacer un flan o hacer un coche. O a veces es un asunto más "independiente", aunque discutir eso daría para muchísimo blablablá.  En el caso que nos ocupa no es así. En el caso que nos ocupa, la película se rodó y estrenó en Corea del Norte, un lugar del que apenas sabemos nada, más allá de que el tipo gordo que lo gobierna con mano de hierro hace que perros salvajes devoren a sus parientes, o eso se dice. Y de que hubo una guerra. Por lo menos una, eso nos suena. Y que inventaron un tipo de arco llamado arco recurvado que podía lanzar la flecha mucho más lejos y con más facilidad que los arcos que hasta el momento se usaban. Y poco más. Ya con el tema de Corea hay para varias enciclopedias. Y luego está lo del director. El director de Pulgasari se llamaba Shin Sang-ok. Era de Corea del Sur. Los Servicios de Inteligencia de Corea del Norte (un tema que es todo un mundo, un cosmos en sí mismo) lo raptaron: lo secuestraron un día de 1978. Los miembros de los Servicios de Inteligencia de Corea del Norte se disfrazaban de pescadores, o de labriegos, o de turistas chinos, o de vendedores de estatuillas religiosas, e intentaban entrar en Corea del Sur; la mayoría de las veces arribaban a las costas surcoreanas en submarinos de bolsillo. Les juramos que ese es el término que hemos leído, o soñado: submarinos de bolsillo. Eso es lo que hacían, y una vez mataron a un montón de surcoreanos de un poblacho con granadas, y en una ocasión, un miembro del Servicio de Inteligencia de Corea del Norte mató con un hacha a un coronel del Ejército de los Estados Unidos que intentaba cortar un árbol cuyas ramas caían del lado de Corea del Norte y cuyo tronco estaba en el lado de Corea del Sur. O eso dicen, y puede que fuera al revés: las ramas en Corea del Sur y el tronco en Corea del Norte. A estos miembros del Servicio de Inteligencia era fácil detectarlos porque iban armados con granadas y hablaban como robots comunistas del planeta Lenin-III y mataban gente. ¿Por qué secuestraron a un famoso -relativamente famoso- director de cine surcoreano? Porque a Kim jong-il, que veía muchas, muchas películas, que sabía mucho de cine, que había levantado una estatua de su padre en una plaza céntrica de Pyongyang a la que todos debían saludar militarmente tras detenerse, bajo pena de multa o internamiento en campo de reeducación (o eso dicen), Kim, que había escrito una ópera y un libro de marxismo leninismo que se convirtió en el vigésimo quinto libro más pretendidamente leído de la historia, por encima de El código Da Vinci, por ejemplo, o por encima de El Quijote, un libro, en suma, a la altura de Mein Kampf...  porque a Kim, decíamos, le apetecía mucho que Shin Sang-ok dirigiera películas en su país, incluida una sobre el monstruo gigante llamado Pulgasari. Y también secuestró a la actriz principal, la señora Chon Eun-lee, que era la esposa de Shin Sang-ok, el mismo día de 1978, o quizá más tarde. Y se trajo de Japón a varios expertos en la filmación de kaijus, incluyendo al célebre (en ciertos ambientes y épocas y contextos) actor Kenpachiro Satsuma, el cual, en 1985, un poco más tarde del estreno local de Pulgasari,  llegaría a la cúspide de su carrera artística interpretando al mismísimo Gojira. Que no es un dato que venga al caso, ¿o sí?

Las preguntas no tienen fin. ¿Cómo se sintieron Shin Sang-ok y Cho Eun-lee trabajando en una película producida por el estado que era el archienemigo de su tierra y de su gente, una película cuyo guión lo había escrito el hombre (¿se le puede calificar así?) que había ordenado su secuestro en 1978, el hombre que gobernaba ese país extraño con mano de hierro? ¿Qué pensarían? ¿Iban al set escoltados por esbirros? ¿Por militares especialmente entrenados para entrar en contacto con los hediondos representantes del capitalismo imperialista surcoreano sin vomitar, o sin infectarse ideológicamente? ¿Hablaron con Kim? ¿Cenaron con él? ¿Los encerraron en una mazmorra, o vivían rodeados de lujo en algún hotel o búnker o instalación secreta para artistas secuestrados? ¿La pareja había leído 1984? Y si lo leyeron, ¿se entristecieron o rompieron a reír, una risa triste, como diciendo "Orwell, no tienes ni puta idea"? ¿Y qué decir de Kenpachiro Satsuma, el hombre que se enfundó en el disfraz de Pulgasari? En una entrevista, Satsuma afirmó que Pulgasari le había parecido mejor película que el remake de Godzilla que hizo Roland Emmerich en 1998. ¿Por qué? ¿Tiene alguna importancia? El sentido común afirma que no, un no rotundo, pero hay algo, algo idiota y seguramente no adaptativo, que susurra: sí, has de hablar de ello, tienes que hablar de ello

Pulgasari es un monstruo bueno, en el sentido de que defiende al proletariado (feudal) de la tiranía del capitalismo (feudal). Es un monstruo que pertenece a la mitología (feudal) coreana. Es una cosa absurda de treinta metros de altura y ojos de mamífero pero aspecto general de dragón, de dragón oriental, no occidental, y con cuernos además, como un dinosaurio chino que te mira como una oveja y tiene cuernos de toro bravo, que al principio es pequeño, pero cuando se le riega con la sangre de una pobre campesina oprimida, de repente crece, o florece, para convertirse en una legendaria bestia gigante. Una bestia comunista kaiju consciente de la opresión capitalista que come metal. ¿Qué significa todo esto? ¿Qué quiere decir toda esta locura? Imaginemos a Kim Jong-il escribiendo el guión de esta alucinación absurda. Con pluma o lápiz o una máquina de escribir rusa. Quiere explicar a su pueblo (al que gobierna con mano de hierro etcétera) lo que se supone que hay dentro de su corazón, o del agujero con forma de corazón que tiene en el pecho: y escribe sobre un monstruo gigante que ayuda a los campesinos coreanos a derribar una dinastía corrupta y viciosa encabezada por un rey que es la máxima expresión de la corrupción y del vicio. Y de la avaricia, claro. Como si fuera Henry Ford en la Corea medieval, o el tío Gilito en la Corea medieval. Si ven la película, verán que el rey habla como un pato. Propaganda, podría decirse, pero la propaganda no es un delirio, o no es un delirio de este tipo. La propaganda es como un trastorno obsesivo-compulsivo, y las películas de monstruos gigantes son como crisis psicóticas, y enamorarse es como ser adicto a la cocaína, como dicen en la Jot Down Magazine y sitios así. Desde luego, podemos estar equivocados en esto. Quizá el rey corrupto y vicioso era él, Kim Jong-il, y el campesinado oprimido era el pueblo oprimido y hambriento y muerto de miedo de Corea del Norte, y Pulgasari, el monstruo con ojos de oveja, encarna el terror loco que Kim Jong-il tiene al golpe de estado, a la pérdida del poder, al temor de que muy pronto al pueblo se le acabarían las tragaderas y que entonces le fusilarían o le echarían a los perros o lo que fuera, y él, Kim Jong-il, no podría ver más películas de John Ford y Federico Fellini en su cine privado porque estaría muerto, o a lo mejor en el Valhalla bolchevique encendiéndole los puros a Stalin y hablando con Kropotkin de la plusvalía, o sobre cuál es la mejor estación para pintar, si la primavera o el otoño . ¿Qué significa todo esto? Peor: ¿significa algo? ¿Significa algo que el arroz, la cantidad de arroz, el cultivo de arroz, sea el leitmotiv oculto de Pulgasari, según el crítico y analista estadounidense Jonathan Ross? Y ¿quién es Jonathan Ross? ¿Quién hostias es ese Jonathan Ross?

De modo que hemos acabando escribiendo esta mierda. Porque es difícil escribir, y más difícil es resumir.