domingo, 13 de julio de 2014

¡OH, NO! ¡LOS ESCORPIONES MARINOS GIGANTES ERAN UNAS NENAZAS!

Los bichos llamados pterigótidos fueron, que se sepa, los artrópodos más grandes que jamás han existido. Imaginen un escorpión de dos metros de largo o más, con unas pinzas enormes, mandíbulas espantosas, una larga cola rígida, ojos compuestos saltones y negros como los de una muñeca diabólica, el cuerpo blindado con punzantes escamas de quitina, y no se olviden de las múltiples patas y pónganlo en el agua, bajo el mar: eso es un pterigótido, más o menos. Vivieron hace unos cuatrocientos millones de años o en la época de Noé, según la cronología del planeta que aceptemos. Su tamaño, en ocasiones mayor que el de un submarinista, los convertía en los monarcas indiscutibles de los océanos del ordovícico hasta el pérmico: un reinado del terror de unos doscientos millones de años. Unas bestias horripilantes, sin duda: con esas pinzas y esas mandíbulas y esas dimensiones debían de acojonar a sus presas antes de devorarlas grotescamente, pedazo a pedazo, con fría eficacia invertebrada. Los pelos se ponen de punta y el sudor llena nuestras frentes al imaginarnos a estas criaturas salidas del infierno darwiniano acechando en los arrecifes pretéritos, aguardando carne fresca o yendo de caza activamente, haciendo repiquetear sus pinzas, babeando ante la visión de algún pez primitivo gilipollas y..
 
 
Un pterigótido comparado con una pelirroja.
Da la sensación de que el florete no serviría de mucho.
 
 
 
Un momento. Para el carro. Puede que no fuera así. Para desgracia de los amantes de abominaciones zoológicas depredadoras impías, un nuevo estudio publicado bajo los auspicios de la Royal Society indica que posiblemente la ecología de los pterigótidos gigantes debe ser revisada de forma revolucionaria. Y en una dirección que apunta al aburrimiento total.
 
Dicho estudio compara dos especies de la estirpe de los así llamados escorpiones marinos: una enorme y con un aspecto aterrador, y la otra mucho más pequeña y modesta. La especie grande y aterradora es el pterigótido Acutiramus cummingsi, que alcanza los 2.4 metros de largo convirtiéndose en el artrópodo más grande que ha vivido nunca, y que, según se dice con acongojada reverencia, tiene unos quelíceros o mandíbulas tan grandes como raquetas de tenis. La especie más pequeña y modesta es Eurypterus sp., que pertenece a una familia estrechamente relacionada con los pterigótidos. Estas dos cosas se cree que vivieron más o menos durante el mismo periodo geológico, de modo que existe la posibilidad de que ellas o algún primo suyo compartieran hábitat. Cualquier profano diría que a la hora de depredar otros seres vivientes, un monstruo de dos metros y medio de largo lo hará mucho mejor que otro que apenas llega a los sesenta centímetros (una especie de cangrejito alargado digno de ser un extra cantor en La sirenita). En otras palabras, Acutiramus sería un depredador apical, una bestia parda situada en la punta de la pirámide alimenticia capaz de engullir todo lo que se le pusiera por delante, y Eurypterus un actor menor y más especializado.
 
 
Un fósil de Acutiramus cummingsi.
Se conocen más de sesenta especímenes,
todos ellos desenterrados en el Estado de Nueva York y Canadá.
Nathional Geographic
 
 
El aspecto general de Acutiramus refuerza esa impresión. Además de su tamaño, tiene unos ojos bastante grandes, que sin duda son adaptaciones para la búsqueda de presas y la caza activa, y unas largas pinzas que poseen dentículos, y no nos olvidemos de sus mandíbulas como putas raquetas de tenis. Todas estas características hacen pensar que Acutiramus era un cazador activo, adaptado para la caza de rápidos animales con defensas corporales, como por ejemplo cefalópodos acorazados o peces con placas. En otras palabras, era un tiburón blanco antes de que existieran los tiburones blancos que devoraba a capricho los animales más avanzados de su ecosistema. Un tirano articulado que exige respeto y provoca pánico. Una majestuosa o espantosa (según gustos) encarnación del poder sanguinario de la naturaleza. Etcétera.
 
Y eso nos mola a nosotros, los humanos. Cuando estamos tan a gustito en nuestras casas, sentados en un sillón ergonómico mientras comemos palomitas con mantequilla, disfrutamos viendo películas en las que animales enormes y carniceros acosan a heroínas con amplios escotes. O si somos más cultivados, disfrutamos viendo documentales en los que animales enormes y carniceros ejemplifican en alta definición el perdurable lema Naturaleza Roja, en Dientes y Garras. Es algo que apela a algo, no tenemos idea de qué pueda ser, pero el caso es que chana. A no ser que seas vegano y animalista y dones a la PETA, claro.
 
Esta ilustración responde a la imagen tradicional de los escorpiones marinos gigantes:
depredadores activos hijoputas con ojos marcianos verdes.
Wikipedia
 
 
Pero Acutiramus nos ha fallado. Un trabajo anterior sobre este ser llegó a la conclusión de que, pese a su aspecto imponente, sus pinzas no serían capaces de quebrar un caparazón de nautilo ni en realidad nada que fuera más duro que la carne de una babosa marina. Y eso fue un primer aviso de que el depredador apical quizá no fuera tan apical. Intrigados por esa inesperada debilidad, los autores del estudio de la Royal Society se pusieron a estudiar los ojos de Acutiramus y lo compararon con los ojos de otros escorpiones marinos menos masivos, como Eurypterus sp.,  y con los ojos de artrópodos actuales. Y se han encontrado con que los ojos compuestos del gran monstruo en realidad son bastante ineficaces, muy similares en su estructura y su posible capacidad a los de los cangrejos de herradura que viven todavía con nosotros. Los cangrejos de herradura, también conocidos como cucarachas marinas (eso no es buena señal) comen detritos en el fondo del mar, donde se pasan la mayor parte su aburrida existencia ignorados por los productores de películas de monstruos marinos hasta el día de hoy.  Al unir ambos datos (unas pinzas endebles y unos ojos de topo marino), se puede deducir, y los autores del estudio lo hacen sin cortarse un pelo, que Acutiramus no era un depredador activo ni mucho menos. Su dieta principal serían "objetos blandos" y preferiblemente ya muertos, ya que las presas vivas con defensas corporales probablemente le supusieran demasiado esfuerzo. Cualquier pez de pacotilla le habría roto las pinzarracas al pobrecito escorpión. Y su visión, primitiva e incapaz de enfocar en condiciones de luz plena, como la de los límulos (otro nombre para los cangrejos de herradura/cucarachas marinas), indica que hacía su vida de noche y muy cerca del fondo, quizá escarbando basurillas de entre la arena o enterrado en ella y esperando, como un vulgar pececillo de acuario, a que le lloviera comida blandita. Y todo eso en los períodos de poca luz, porque durante el día Acutiramus lo más probable es que se echara la siesta. Mientras que su primo Eurypterus, con un sistema visual mucho más avanzado y un tamaño razonable, debía ser mucho más activo, un pequeño cabrón que se buscaba las castañas como un depredador de verdad y no un gatito mimoso de mierda. 
 
Por mucho que nos pese, según Ross P. Anderson et al
este épico combate quizá nunca ocurrió.
Pero nos mantenemos firmes en nuestra fe.
 
 
Es decir, hemos pasado de un gigantesco depredador de pesadilla que perseguía a todas las criaturas de su entorno para hacerlas pedazos a un gigantesco carroñero modoso que apenas se movía un poco para capturar un trozo de alga muerta. Y eso, maldita sea, es un puto ful. A veces la sabiduría no trae consigo la paz de espíritu.