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lunes, 7 de septiembre de 2015

LES ROBARON LAS CABEZAS

Robar las cabezas muertas de gente famosa muerta no es una práctica muy habitual, pero se hace. Por una serie de motivos. Los más frecuentes al parecer son:

a) contribuir al avance del conocimiento científico

b) hacer un ritual satánico de magia negra vudu-vudu

c) tener la cabeza muerta de un famoso muerto en tu casa, en plan recuerdo, trofeo o algo así.

¡A continuación, ni uno, ni dos, ni tres, ni cuatro, sino hasta cinco ejemplos de eso mismo!

La cabeza de Friedich Wilhelm Murnau

Es que a veces me distraigo un poco. He he he he.

Es el ejemplo más reciente de robo de cabeza de famoso, y se produjo entre el cuatro y el doce de julio de 2015 según los investigadores. Murnau era un director de cine de origen teutón célebre que te cagas por haber dirigido Nosferatu en su locuela mediana edad. Murió en 1931 y le enterraron en un cementerio de Stahnsdorf, con la familia, aunque la palmó en California. La investigación sobre el robo no ha terminado. La cabeza (para qué engañarnos, a estas alturas, la calavera) no se ha encontrado. Los oficiales de la policía de Stahnsdorf que llevan el tema han comentado a la prensa que puede que el robo se produjera en el contexto de un ritual ocultista, ya que se han hallado gotas de cera de vela en la tumba y en sus inmediaciones. La posibilidad de que los ladrones de cráneos usaran la cabeza para echar un partido de fútbol mientras celebraban el cumpleaños de uno de ellos ha sido por lo visto desechada.

La cabeza de Margarethe Zelle, aka Mata Hari

Aquí no es que robaran la cabeza exactamente, sino que se extravió, dando un significado literal a la expresión ha perdido la cabeza.

He he he he.

La señora Zelle fue una bailarina exótica y cortesana muy bien relacionada y de gran popularidad durante los inicios del siglo veinte. Cuando estalló la guerra mundial, la primera de ellas, por algún motivo fue acusada por los franceses de espiar para Alemania. De modo que fue arrestada en París y sometida a un juicio militar y el 15 de octubre de 1917 doce tíos de uniforme le dispararon con fusiles Lebel modelo 1888 mientras ella aguardaba atada a un poste frente a una pared. Por cierto, la señora Zelle tuvo la oportunidad de que le taparan los ojos con una cinta negra pero rehusó esa cortesía. Murió a los cuarenta y un años a resultas del fusilamiento. Dado su estatus de celebridad infame, los franceses decidieron que no estaban obligados a entregar los restos mortales de la señora Zelle a su familia para que dispusieran de ellos decentemente. En lugar de eso, le practicaron una autopsia pública, diseccionaron su cuerpo y cubrieron los trozos con cera para conservarlos y mandaron la cabeza al Museo de Anatomía de París. Allí la cabeza se expuso con otras muchas cabezas (por lo general, guillotinadas) de celebridades infames en el lugar del museo dedicado a esos menesteres. La galería de cabezas tuvo mucho éxito y atraía al museo a verdaderas multitudes de familias y grupos escolares, pero con el paso del tiempo el atractivo de la exhibición fue disminuyendo y al final era como si los responsables del museo se avergonzaran un poco de tener cabezas decapitadas acumulando polvo por ahí. El caso es que cuando en el año 2000 el director del museo que por aquel entonces no sabemos quién diantres era decidió hacer un inventario de las colecciones, incluyendo los fragmentos corporales de criminales y espías, salió a la luz el hecho lamentable de que la cabeza encerada de Mata Hari había desaparecido sin dejar rastro. No se sabe si se perdió en algún traslado o si alguien la mangó. Un misterio misterioso más en la misteriosa vida de una mujer misteriosa.

La cabeza de Goyaalé 

Este extraño término es una palabra del idioma chiricahua que significa "el que bosteza", y es el nombre verdadero del integrante de la tribu Bendoke de los apaches que la Historia ha dado en llamar Gerónimo. 

Para bostezos los que me entran viendo Bailando con lobos.
He he he he. He.

Gerónimo tuvo un papel protagonista como líder espiritual y estratega militar durante las guerras apaches contra norteamericanos y mejicanos del siglo diecinueve. El conflicto comenzó cuando Gerónimo volvió a su casa tras pasar un tiempo fuera y se encontró con que su esposa, sus hijos y otros familiares directos habían sido masacrados y quemados por unos mejicanos. Las guerras apaches duraron treinta años. Al final Gerónimo firmó un tratado de paz, fue hecho prisionero por el ejército norteamericano, luego vivió unos años en St. Louis para finalmente morir en 1909 de una pulmonía. Fue enterrado en Fort Sill, Oklahoma. Ahora empieza lo raro. En 1918, seis miembros de la sociedad secreta entre comillas Skull and Bones (asociada a la universidad de Yale) fueron destinados a Fort Sill como parte de su servicio militar voluntario. Y supuestamente una vez allí abrieron la tumba de Gerónimo y se llevaron la cabeza y puede que dos tibias. Esa cabeza y esas tibias del jefe apache acabaron supuestamente decorando la pared de un local llamado La Tumba, nombre muy apropiado, la verdad, que era donde los miembros de la Skull and Bones celebraban sus guateques masónicos y que estaba en los terrenos de la universidad de Yale. Decimos "supuestamente" porque los relaciones públicas de la sociedad Skull and Bones siempre han negado el robo de la cabeza de Gerónimo, y además varios historiadores aficionados de Fort Sill han afirmado que la tumba de Goyaalé jamás fue profanada. Ni visitada. Ni nada. Es interesante ahora llamar la atención de los lectores sobre un detalle en particular. Uno de los supuestos muchachos de la pandilla de pijos profanadores de tumbas era un señor llamado Prescott Bush. El señor Prescott Bush es el padre de George W. Bush y el abuelo de George W. Bush junior. Estos dos últimos señores fueron supuestamente presidentes de los Estados Unidos. Quizá gracias a los poderes mágicos de la calavera de Gerónimo. En 2009, cumplidos cien años de la muerte del inmortal guerrero indio, los descendientes de Gerónimo interpusieron una demanda contra la universidad de Yale y la sociedad Skull and Bones que no prosperó. El destino final de la cabeza de El Que Bosteza sigue siendo incierto.

La cabeza de Ludwig van Beethoven

Diablos, todo el mundo sabe quién fue este caballero. Nos centraremos pues en las macabras peripecias que protagonizó su calavera una vez su genial propietario subió a los cielos o bajó a los infiernos o se quedó a medio camino.

No es para tanto, Miley Cyrus ha perdido la cabeza también
y todavía no está muerta.
Hehehehehe

Aunque murió en 1827, en 1863 los médicos reabrieron su última morada porque no se sabía la causa de la muerte de ese tesoro nacional alemán y había que descubrirla para que ese dato figurara en las enciclopedias. También se quería hacer un molde de la cabezota para que un afamado artista de los alrededores esculpiera un busto adecuadamente espectacular. El caso es que a la reapertura de la tumba acudió uno de los amigos de juventud del compositor, un tal Herr Gerhard von Breuning. Von Breuning era el responsable de trasladar la cabeza de su amigo desde el cementerio hasta el estudio del escultor, y se cree que aprovechó la coyuntura para escamotear algunos pedazos de la parte posterior del cráneo muerto y agusanado. ¿Por qué lo hizo? ¿Admiración? ¿Fetichismo necrófilo? No. Lo hizo por pasta gansa. Von Breuning vendió las reliquias a Herr Doktor Romeo Seligmann. ¿Por qué compró eso Herr Romeo? ¿Admiración? ¿Fetichismo necrófilo? Eso es más difícil de contestar y probablemente no lo sepamos hasta que no se construya una máquina para viajar al pasado y una máquina para leer pensamientos. Hasta ese día, nos contentaremos con relatar hechos no muy probados, la verdad. Que son estos: los trozos de calavera se quedaron en la familia Seligmann y fueron pasando a manos de sucesivos patriarcas Seligmann por medio de testamentos y herencias. Con el tiempo la naturaleza de esos huesecillos se volvió oscura para los Seligmann, se podría decir que se convirtieron en una especie de leyenda familiar. Mientras tanto la robustez del clan Seligmann degeneraba lentamente debido a la maldición de la calavera de Ludwig van. En 1990, cuando a nadie le importaba un pito la calavera de Beethoven y menos a los Seligmann, un hombre residente en California llamado Paul Kauffmann se enteró de que un tío lejano suyo se había ido al otro barrio y que por cierto le había legado por herencia una misteriosa cajita. Ese tío lejano era uno de los últimos Seligmann de pura cepa y la caja contenía una colección de extraños objetos con aspecto de trozos de hueso. Intrigado por aquello, Kauffmann preguntó a otros familiares Seligmann sobre los huesos y así tuvo conocimiento de los susurrados rumores, los velados comentarios y las insólitas afirmaciones que los vinculaban con la figura del gran compositor de sinfonías sordo. Espoleado por estas noticias, Kauffmann envió los huesos a un laboratorio que por cosas de la vida tenía almacenados varios pelos de la cabellera del músico y solicitó un análisis de ADN. ¡Y de ese modo Beethoven volvió a emocionar a la opinión pública mundial!

La cabeza del Marqués de Sade

El nombre que usaba el Marqués de Sade cuando firmaba un cheque era Donatien Alphonse François (marqués de Sade), pero lo de Marqués con mayúscula tenía mucha más pegada.

Una vez el noble ese me tiró los tejos, pero
yo no me enrollo con tiparracos que reniegan de Nuestro Señor.
Amé he he he n.

Este aristócrata, escritor, ensayista y criminal varias veces encarcelado del siglo dieciocho es tan, tan famoso que ha dado origen a un sustantivo y un adjetivo: sadismosádico, respectivamente. Y el adjetivo se usa muchísimo, mucho más que, por ejemplo, kafkiano. ¿Qué cosas escribía? Principalmente tratados filosóficos un poco espesos, artículos periodísticos y panfletos a favor y en contra de la Revolución Francesa, aunque también se le atribuyen una serie de novelas donde predominan el sexo prematrimonial, la violación, la coprofilia, el incesto, la sodomía, la necrofilia, la piromanía, el canibalismo, la pedofilia, la enucleación violenta de los globos oculares, la castración forzada, la tortura, el homicidio, el ateísmo, el materialismo y las parrafadas interminables y auto justificativas estilo Ayn Rand. Unas novelas cuya lectura haría que los fans de 50 sombras de Grey se arrancaran los ojos y aullaran a la luna presos del horror absoluto y que son muy leídas y admiradas incluso en  nuestros tiempos. Mucho más leídas que su tratado sobre la democracia popular. En fin, de Sade acabó en un asilo mental en Charenton, Francia, Europa, porque al parecer no era de los que se contentaban con mantener sus viciosos y violentos deseos sexuales en el terreno de la fantasía (y por eso Apollinaire dijo que el Marqués fue el espíritu más libre que jamás ha existido). De hecho, tuvo suerte, ya que estuvieron a punto de acortar su estatura por medio de la guillotina. En ese manicomio el capo di tutti capi era su director médico, el doctor L. J. Ramon (hemos indagado someramente en internet con el objetivo de saber a qué nombres en concreto corresponden esas iniciales, pero no ha sonado la flauta). L. J. era adepto a la frenología, un conjunto de ocurrencias sobre la frente, el cerebro y la personalidad de los seres humanos que en su época tenía categoría de ciencia y en la nuestra tiene categoría de chorrada. El caso es que L. J. coleccionaba cráneos, y los obtenía mayoritariamente de los internos de la institución caritativa que supervisaba. Está claro que estaba muy interesado en la cabeza del Marqués de Sade, porque cuando éste murió en 1814 ignoró sus últimas voluntades (redactadas y firmadas ante testigos) y en vez de enviar sus restos a Malmaison, donde había nacido y vivido algunos años el notorio libertino chiflado, hizo que les dieran sepultura cerquita del manicomio. Para ello recurrió al viejo truco de declarar nulo el testamento del Marqués alegando que al colega se le iba la olla, ¿acaso no la había espichado encerrado en una casa de locos? Y así, cuando poco después unos obreros iniciaron la renovación del cementerio de Charenton dejando a la vista ataúdes abiertos ocupados por cadáveres putrefactos que atrajeron a mucho público y a los pájaros carroñeros y a los perros, L. J. elevó al ayuntamiento una petición en la que solicitaba que se le entregase la cabeza del Marqués de Sade por motivos de investigación científica. Cosa que se le concedió amablemente. L. J. estudió los secretos de la mente de  Donatien siguiendo los principios de la frenología: midiendo los bultos y las rugosidades de su calavera. Sus conclusiones (similares a las que habría obtenido atisbando en el interior de una bola de cristal) se resumen en su famosa aseveración de que, científicamente hablando, de Sade no era muy distinto de un sacerdote cualquiera. Bueno. A lo mejor estaba troleando. Sigamos con la historia. Cuando L. J. murió su colección de cráneos, incluyendo el del Marqués, pasó a manos de Johann Spurzheim, otro frenólogo. Spurzheim mantuvo la cabeza consigo hasta su propia muerte, mirando por la noche las negras y vacías órbitas y volviéndose tarumba poco a poco. Luego la cabeza desapareció del radar. Quizá fue por culpa de una empresa de mudanzas incompetente. O quizá espeluznantes demonios la reclamaron y se la llevaron con ellos a los abismos estigios. Hay quien dice que uno de los cráneos no identificados que se conservan en el Museo del Hombre de París, muy cerca por cierto de la bruñida y sonriente calavera del insigne filósofo René Descartes (que también pasó muchos años desaparecida), es realmente la del Marqués de Sade. Quién sabe. La verdad, que le den a ese mamón y a su puta cabeza.

Y eso es todo, pacientes lectores pre-muertos. Disfruten de la vida y hasta otra ocasión.

Voy a comerme el alma del gilipollas que ha escrito esta mierda
por apropiación indebida del copyright.
He.




miércoles, 9 de abril de 2014

¿CÓMO SE LO MONTABAN LOS DINOSAURIOS?

Respuesta corta: nadie lo sabe. Pero existen algunas pistas. Intentaremos explicarlo de la forma más confusa, casposa y sensacionalista posible.

QUEREMOS SABER


Cuando contemplamos los esqueletos de animales extinguidos tan inmensos como los atronadores saurópodos de tropecientas mil toneladas de peso, o de las absurdas criaturas acorazadas que deambulaban por pantanos pretéritos con el lomo erizado de espinas de hueso o placas de cuerno, las dudas se agolpan en nuestra mente inquieta. Por la barba de Darwin, ¿cómo demonios fornicaban esas bestias? Y es que la pregunta de cómo se las apañaban los dinosaurios para perpetuar su especie no es baladí: puede ser una cerdada, pero no es baladí. Es evidente que cualquier ser vivo con reproducción sexual ha de encontrar la forma de que los ácidos desoxirribonucleicos de machos y hembras se fundan en un amoroso abrazo, porque en caso contrario los seres vivos con reproducción sexual lo tendrían crudo. Y para que eso ocurra en tierra firme, donde no se dispone de una charca aislada y coqueta o del munífico hábitat marino, en el que el sexo se limita a soltar unos huevos y regarlos con espermatozoides de cualquier manera, para que eso ocurra, decimos, hace falta folleteo. Penes y vaginas. Es así la cosa, por mucho que nos disguste o nos guste pensar en penes y vaginas.

De modo que, igual que los demás aspectos del mundo natural, los penes y las vaginas y lo que hacen han de ser estudiados por los científicos. Pero dado que hasta bastante poco todo lo relacionado con el sexo se veía emborronado por una niebla de autocensura, prejuicios y eufemismos, una parte esencial de los procesos de Madre Natura quedaba oculto a los ojos del vulgo. Por ejemplo: cuando el naturalista y caballero inglés George Murray Levick, integrante de la malhadada expedición de Scott al Polo Sur, vio lo que hacían los pájaros bobo de Adelia en el año 1911 se quedó con el culo torcido. Resulta que los pájaros bobo de Adelia tienen un comportamiento sexual que puede parecer un poco desviado, y que incluye cosas como que αρσενικά των ειδών που προσπαθούν να ζευγαρώσουν με τα νεκρά θηλυκά, entre otras depravaciones. Levick encontró a los pájaros bobo tan asquerosos que describió sus conductas amatorias no en inglés sino en griego, para asegurarse de que únicamente aquellos versados en lenguas clásicas (y a los que por alguna razón se les suponía aptos para conocer la cara oscura de los pájaros bobo de Adelia) pudieran entender su cuaderno de campo. Y cuando preparó su monografía sobre los pájaros bobo decidió no incluir sus observaciones sobre su comportamiento sexual, porque eso eran guarradas, y los zoólogos eduardianos no publican guarradas. Lo que sí hacen es permitir la circulación de los aspectos más controvertidos de los pájaros bobo de Adelia dentro de un círculo íntimo de camaradas zoólogos capaces de entender el griego, y de esta forma los camaradas podían reunirse a la hora del café y el puro y comentar el tema entre susurros. "Por Dios, George, que son unos animales viciosos y repugnantes en verdad" "En efecto, Stephen" "¿Y dices que practican la νεκροφιλία?" "Así es, por espantoso que parezca: lo vi con mis propios ojos" "Horrible... Ejem, ¿no habrás tomado un daguerrotipo por casualidad?" Etcétera. Y de ahí no pasaba la cosa. El Conocimiento quedaba mutilado.

Las observaciones de Levick sobre los affaires de los pájaros bobo de Adelia salieron a la luz pública en el año 2012 d. C. Algo ha mejorado en nuestros tiempos tan liberales, y ahora se puede hablar de estas cosas sin miedo al qué dirán. A no ser que se viva en Afganistán. Alabado sea el Señor.

Hablemos pues de las pollas de los dinosaurios. En primer lugar, ¿tenían polla? Hay diversas formas de intentar dilucidar esta cuestión peliaguda, y la más socorrida es la de hacer un ejercicio de ingeniería inversa. Aquí resulta muy útil el concepto de evolución a partir de antepasados comunes. Sabemos que los parientes vivos más cercanos a los dinosaurios en su conjunto son los cocodrilios (caimanes, gaviales, aligátores y demás); y sabemos que las aves actuales descienden de una rama específica del arbusto de los dinosaurios carnívoros. Sí, esa urraca que hace su nido enfrente de su ventana es a todos los efectos un puto dinosaurio. De hecho, ambos grupos de animales se denominan la horquilla filogenética superviviente de los dinosaurios: observándolos contemplamos un eco lejano, borroso, de lo que debía ser un dinosaurio vivo y coleando. Desde luego, es un eco muy borroso y muy lejano, dado que en realidad los dinosaurios, haciendo excepción de los linajes aviares, eran animales muy variados, particulares y extraños, que no tienen homólogos reales en ninguna criatura que respire hoy. Las tortugas, en cambio, y por mencionar otro ejemplo reptiliano, se parecen bastante a las tortugas extintas: la manera tortuguil de ser y hacer no ha cambiado mucho desde que las tortugas adquirieron su concha y comenzaron a reptar por la tierra. Sin embargo, no es una locura pensar que los dinosaurios comparten con los dos grupos de la horquilla muchos caracteres que no son evidentes en los huesos muertos. Maldita sea, prácticamente es lo único a lo que podemos agarrarnos. Así, es ahora un lugar común conceptual la figura del dinosaurio emplumado (o por lo menos recubierto por alguna suerte de pelaje) y no es raro ver reconstrucciones en las que el temible velociraptor parece un gallo de corral salido del Infierno. Por lo tanto, tampoco es una (completa) locura imaginar que los dinosaurios tenían los genitales como los tienen sus primos los cocodrilos y sus tataranietas las aves.

El nuevo paradigma: dromeosaurios como pollos letales.
Jinfengopteryx elegans, paleoarte de Apsaravis


Bien, ambos grupos poseen una cloaca. Cloaca no es precisamente un nombre agradable para nosotros los humanos,  pero para pájaros y caimanes la cloaca significa amor. Se trata de un orificio corporal. Dentro de este agujero se sitúan los sistemas reproductivo y excretor, y en algunos casos también parte de los intestinos. Así pues, se puede afirmar con una certeza de digamos el noventa por ciento que los dinosaurios también tenían cloaca, posiblemente situada bajo la base de la cola, como los cocodrilos.

Los genitales de aves y cocodrilos están dentro de la cloaca. Y ahora viene la pregunta: ¿y el pene y la vagina? No todos los pájaros tienen pene o clítoris, por ejemplo. Lo cierto es que recientes estudios han determinado que los dinosaurios macho posiblemente gastaban una buena tranca, y las hembras, clítoris. Para llegar a esta conclusión se basan en el hecho de que tanto la mayoría de los cocodrilios como la aves más cercanas evolutivamente a los dinosaurios (es decir, las formas más ancestrales de ave) poseen dichas herramientas. Carajo, el pene más grande de entre los vertebrados lo ostenta una especie de pato. Y es por lo demás un ciruelo con espinas. El caso es que aunque parece bastante probable que los dinosaurios tuvieran picha, nunca podremos conocer las características concretas de las susodichas pichas. Ni su tamaño, ni si eran distintas según la familia o el género, ni si podían separarse del cuerpo y echarse a volar por ahí. No lo sabremos a no ser que demos con un ejemplo de cipote mesozoico milagrosamente conservado o construyamos una máquina del tiempo y enviemos a algún pobre desgraciado a levantarle la cola a alguno de esos monstruos. Una de las opciones es un pelín  más probable que la otra. Y que levante la mano quien se presente voluntario para observar en directo la trempada de un brontosaurio.

Dejen volar la imaginación, amigos lectores: ¿cómo sería el miembro de una criatura semejante?

Seguramente el doctor Malcolm la siga teniendo más grande

Pero al explorar el salvaje territorio del porno jurásico nos topamos con un nuevo problema a la hora de estudiar los hábitos reproductivos de los dinosaurios. Y es que hablamos de seres muertos hace millones de años, criaturas fantasmagóricas de las que únicamente permanecen sus tristes huesos machacados convertidos en piedra por obra de procesos geológicos muy poco gentiles. Esto hace que la tarea de asignar un sexo concreto a un esqueleto de dinosaurio, o lo que es más frecuente, al puzzle enloquecedor formado por los fragmentos de huesos rotos, dispersos, inarticulados, incompletos de un pobre dinosaurio, sea imposible. O casi imposible. En los animales vivos hoy, eso resulta sencillo: en primer lugar, hembras y machos de vertebrados suelen poseer aparatos genitales distintos. Y en segundo lugar, por si no nos ha quedado claro con lo anterior, muchos vertebrados presentan dimorfismo sexual. El dimorfismo sexual implica que hay diferencias anatómicas y conductuales visibles y no relacionadas con los genitales entre machos y hembras. Puede ser una diferencia de tamaño, o puede consistir en un armatoste despilfarrador de recursos energéticos que uno de los sexos luce para hacer publicidad de sus genes y captar la atención del otro sexo. Lamentablemente, excepto en unos pocos casos, los restos fósiles de vertebrados extintos no muestran atisbo de ninguna de estas dos cosas: genitales o dimorfismo sexual. Y entonces hay que rascarse mucho la cabeza para averiguar si ese tiranosaurio de doce metros de longitud y dientes largos como lápices no será en realidad una tiranosauria. Ya hemos analizado la cuestión de los genitales. ¿Qué se sabe sobre el dimorfismo sexual de estas asombrosas criaturas? ¿Cómo saber, dado un armazón óseo de dinosaurio rescatado del abismo del tiempo, si estamos ante una hembra o un macho?

Pues se sabe poco. Ha habido bastantes anuncios por parte de paleontólogos entusiastas acerca de posibles pruebas circunstanciales de dimorfismo sexual en los huesos muertos tiempo ha de los dinosaurios. Una lista no exhaustiva incluye: a) los hadrosaurios de la Formación Oldman de Alberta, Canadá; b) también el dinosaurio basal Megapnosaurus, c) así como en el estegosaurio pinchudo Kentrosaurus; o d) el celebérrimo Protoceratops de Mongolia. Ninguno de estos casos ha colado: o bien la muestra (el número de esqueletos de una misma especie disponibles) es demasiado pequeña y no ofrece suficiente sustento estadístico a la evidencia, o bien existen otras explicaciones igual o más convincentes, como la disparidad de tamaños entre formas juveniles y adultas, o rotura y/o pérdida de elementos osteológicos importantes . El debate continúa, y quizá sea una cuestión irresoluble.

Aunque lo cierto es que el panorama no es tan sombrío. A día de hoy podemos identificar con completa seguridad hembras de dinosaurio, pero únicamente en un pequeño número de especies. La forma más directa es encontrar los restos de una dinosauria conservados en el momento del desove o con huevos alojados en la zona de las caderas. Desde luego, algo como los oviductos no suele conservarse al ser tejido blando, pero existen ejemplos espectaculares como el que pueden conocer aquí. Y existe otra forma, mucho más sutil y elegante, para detectar la femineidad de un dinosaurio, que se basa en el estudio bioquímico de los huesos. La clave consiste en que las aves actuales desarrollan una capa de tejido óseo especial cuando están grávidas, una capa denominada tejido medular y que consiste en concentraciones anulares de calcio que se depositan en la parte interna de los huesos largos de las patas anteriores. Funciona como un almacén de calcio al que el pájaro echa mano para producir la cáscara de los huevos. De modo que si encontramos un fémur de dinosaurio que contenga impresiones de tejido medular, podemos inferir que el propietario del fémur estaba embarazado, y que por lo tanto hemos de decir propietaria. Con el truco del tejido modular se han identificado una hembra de Tyrannosaurus rex, otra de Tenontosaurus y otra más de una especie de Allosaurus. Parece poco, pero nótese que al hallarse una respuesta fisiológica de tipo aviar en dinosaurios escasamente emparentados con los pájaros como Tenontosaurus se deduce que el tejido medular es algo probablemente compartido por toda la estirpe de lagartos terribles, y no exclusivo de carnívoros bípedos de escasa masa corporal.  Y esto arroja la esperanza de que con mucha investigación y toneladas de suerte se pueda determinar el sexo de cada vez más y más restos mortales de dinosaurio.

De acuerdo: hemos averiguado algo sobre los cipotes de los dinosaurios e incluso sabemos el sexo concreto de algunos de ellos, pero la cuestión que abría este post está muy lejos de ser respondida. Es bastante triste, pero aspectos tan esenciales como los hábitos de cortejo y la postura en la que jodían los dinos parecen quedar confinados al poco confiable ámbito de las especulaciones de salón, ya que 1) los hábitos de cortejo no se fosilizan y 2) aún no se ha desenterrado de los crueles sedimentos a una pareja de dinosaurios practicando el Kamasutrasaurus. A la gente le gusta hablar, claro, y los paleontólogos siguen siendo gente, así que no se privan de hablar. El insigne paleontólogo norteamericano Henry Fairfield Osborn, por ejemplo, opinaba que los ridículos bracitos de los tiranosaurios eran "órganos de asimiento durante la cópula". Y se quedó tan ancho. Las excrecencias corporales fantásticas de muchos dinosaurios se han catalogado como señales para la selección sexual darwiniana, incluyendo las crestas y tubos de los hadrosaurios, las golas de los ceratopsios y los cuernos y bultos craneales de muchos terópodos. Se han dibujado parejas de amorosos saurópodos mordisqueándose los cuellos; paquicefalosaurios macho con bóvedas de hueso en las cabezas dándose de topetazos entre sí, como toros bravos, para impresionar a las hembras; raptores haciendo alardes de pavo real con su deslumbrante plumaje para conquistar a la raptora bonica. La imaginación no se pone límites. Lo malo es que todas estas amorosas ensoñaciones pueden ser preciosas que te cagas, pero no están basadas en prueba alguna. Quizá los hábitos de apareamiento de los dinosaurios fueran una extraña mezcla de romanticismo cocodriliano y aviar, recordemos la horquilla; o quizá no. Y por lo que se refiere a la postura en sí, se puede dilucidar para algunos géneros: así, los Diplodocus vendrían a chingar como si fueran jirafas gigantescas, o elefantes, o jirafas-elefantes. Vale, pero si tomamos otros ejemplos, pensar en ello puede producir dolor de cabeza.

Kentrosaurus aetiophicus articulado expuesto en el
Museum für Nuturkunde, Berlín.
Pregunta: ¿puede imaginar una postura en la que
el macho pudiera copular sin ser ensartado al mismo tiempo?
Wikipedia

Hay cosas sobre el pasado profundo de la vida que jamás podremos conocer a nuestra entera satisfacción (morbosa), y el amor entre dinosaurios parece ser una de esas cosas. Lo cual no es necesariamente malo. Lo misterioso y lo desconocido son importantes acicates de nuestra inteligencia. De todas formas, y hablando desde el corazón: ¿a quién le importa cómo follaran los dinosaurios? ¡Es primavera en el hemisferio norte! ¡Salgan ahí fuera e intenten copular ustedes, carajo!

Addenda 10/09/2014: un artículo reciente que habla sobre el hallazgo de tejido medular en las sínfisis mandibulares de unos putos pterosaurios hace pensar a los que saben que la existencia de dicho tejido no siempre apunta a sexo femenino. Los pterosaurios son arcosaurios, así que esas dudas se pueden extrapolar a los dinosaurios. De modo que a partir de ahora, y al parecer, encontrar tejido medular en los huesos de dinosaurio no implica necesariamente que esos huesos pertenezcan  a una hembra. Ya nos jodieron el invento, cuates.