domingo, 24 de noviembre de 2013

NIHILISTAS RUSOS DE AYER Y SIEMPRE

A finales del siglo XIX, había en la Rusia de los zares un amplio movimiento cultural, social y político relacionado con las actividades de la intelligentsia de izquierdas. Dado este inicio, vamos a terminarlo con un sombrerero de San Petersburgo que es premiado con el derecho de beber hasta matarse. Caramba, ¿cómo se casa una cosa con otra? Si tienen altas dosis de paciencia y saben perdonar la verborrea excesiva y pedante y los rollazos sobrevenidos sin venir a qué, lo descubrirán al final de este post de mierda.

La intelligentsia es una palabra rusa que es más bien difícil de definir. Se podría decir que comprende a aquellos miembros de la aristocracia de grado medio-bajo que sienten un poco de vergüenza de dormir en un colchón blando mientras los buenos mujiks lo hacen en montones de paja infestados de piojos; estudiantes radicalizados de Moscú y San Petersburgo, adictos a los panfletos de Karl Marx y Alexander Herzen y Mijaíl Bakunin; a los miembros más liberales del generalato zarista, asombrados y horrorizados por el retraso congénito y abismal del inmenso ejército de campesinos analfabetos; a la emergente clase trabajadora industrial con ciertos estudios; a terroristas; a psicópatas; a pescadores en río revuelto, etcétera.

Lo que unía a esta intelligentsia era su oposición a la autocracia y el gusto por el populismo. Lo que la separaba era todo lo demás.

Sobre más o menos la década de 1860 nació un incipiente clamor de la intelligentsia de izquierdas contra el zar Alejandro II Romanov. Este señor había comenzado su reinado poniendo en práctica una serie de medidas cuasi democráticas, entre las que destaca la abolición de la servidumbre, la relajación de la censura, el aumento del cupo en las universidades y cosas guais por el estilo. Dichas medidas fueron después contrarrestadas por otro paquete de medidas de carácter opuesto, todo un alarde de esquizofrenia autocrática que consiguió dos cosas: en primer lugar, posibilitar la existencia de una postura opuesta a él mismo y a todo lo que representaba. Y en segundo lugar, cabrear a dicha oposición.

Con lo que nació el movimiento revolucionario nihilista ruso decimonónico.


 NIHILISMORL!!!!!


 Los más jóvenes de entre la intelligentsia del estrato más bajo (hijos de funcionarios empobrecidos y terratenientes arruinados por la abolición más que otra cosa), tanto hombres como mujeres, abrazaron este principio filosófico basado al parecer en la premisa de que la existencia carece de sentido, y que los principios morales y religiosos que sostienen lo contrario han de ser rechazados. El nihilismo es un poco un postureo rebelde adolescente, algo así como los quinceemistas de tuit de hoy en día, o bien lo propio de la gente que ha leído la contraportada de una novela de Camus o ha visto un video de youtube de Richard Dawkins y se ha sentido transformado en lo más hondo por la revelación de la contraportada o el video (o de la entrada de la Wikipedia ad hoc), tras lo cual no se cansa de explicar a sus amistades del Facebook el verdadero significado de la vida (y el significado de la vida es que no lo tiene, con lo que te quedas como un poco frío). En fin, dichos nihilistas rusos abrazaban amorosamente el materialismo, el ateísmo, el slogan de que el fin justifica los medios y un positivismo pseudo científico bastante molón en el que se mezclaban verbigracia Darwin y ciertos preceptos revolucionarios. Una especie de: “dado que el hombre viene del mono todos somos iguales” y non sequiturs análogos. Desde luego, todos los nihilistas estaban fuertemente en contra (eufemismo) de la figura del zar, de su corte, de sus ministros, de sus generales y de sus queridas: cosa que no dejaban de proclamar en los ambientes de la intelligentsia, muchas veces al alcance de los oídos de oficiales de la policía secreta que también frecuentaban esos ambientes.. Deseaban el gobierno del pueblo por el pueblo, la redistribución equitativa de la riqueza y el fin de las clases privilegiadas, el exilio/asesinato/sodomización del zar y de la gente opulenta y, por qué no decirlo, pensaban que esos objetivos solamente podían llegar de la mano de la violencia y el caos. En resumen, eran gente muy radical y comprometida con la libertad, igualdad y fraternidad entre los miembros de la especie humana. Y podían debatir sobre tales asuntos una noche entera en el bar o la dacha de fin de semana.

En el plano práctico, los nihilistas rusos se caracterizaban por a) ser groseros, zafios, vestir mal adrede, dejarse el pelo largo y portar armas blancas y conseguir gracias a eso el benevolente aplauso del resto de la intelligentsia, encantada con la “espontaneidad” de esos jóvenes tan “libres” y “conscientes“, y b) haberse leído el libro ¿Qué hacer? de Nikolai Chernishevski. Esta novela es el ABC del revolucionario nihilista ruso, su protagonista el Cristiano Ronaldo de los nihilistas, y su autor el nihilista ruso más distinguido e influyente.

1. El ABC del RNR: no hay otra cosa para ti, RNR, que la consecución de la revolución. Por lo tanto, has de ser implacable, despiadado si es necesario, y estar siempre alerta. No debes amar otra cosa que la revolución. La familia, los amigos, el amor romántico, las francachelas con vodka y acordeones en el antro de la esquina, las carreras de trineos, las dachas en propiedad, las leyes, las costumbres, los deseos, las risas, tu propio nombre: todo eso debe ser desechado, ignorado, vilipendiado, aplastado. ¿Por qué? Porque la revolución es el mayor bien al estar encaminada a hacer iguales a todos los hombres y terminar con la injusticia social. Maldita sea, RNR, ¿vas a dejar que ese filete en su punto te distraiga de la consecución del paraíso terrenal anarco socialista?


 2. El protagonista de ¿Qué hacer?, un tipo llamado Rajmetov, encarna el ideal de RNR al sacrificar su vida por la revolución (y por dormir sobre una tabla y abstenerse de tener relaciones sexuales con su novia por la revolución). Un verdadero ejemplo a seguir. Las ciudades rusas de pronto se llenaron de Rajmetovs y Rajmetovas. Por lo visto, no es que fueran el alma de las fiestas, ni vestían a la moda, pero lo sabían todo sobre la superestructura económica del capitalismo y la plusvalía.

 3. Nikolai Chernishevski escribió su opus magnum en la cárcel, mientras fantaseaba con un futuro en el que los seres humanos serían felices hormigas en el palacio de acero y cristal de la igualdad absoluta. Era colegui epistolar de Bakunin, siguió a Herzen durante un tiempo, hasta que lo encontró excesivamente blando, y también estuvo envuelto en un sin número de actos revolucionarios, incluido el de prender fuego a una barriada obrera de San Petersburgo (eso fue lo que le llevó a la cárcel). Un tipo que prende fuego a la mísera casa de una extensa y famélica familia no es a primera vista muy igualitario y fraternal y defensor de los pobres, pero hay que entender que la revolución es una cosa sangrienta, que cuanto peor mejor, y que no se puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos. Ostras, si Vladimir (Lenin) y Nikolai se hubieran conocido habría sido amor a primera vista.

Chernishevski fundó junto con otros de su cuerda una organización clandestina contra la autocracia y por el levantamiento del pueblo en 1861. Llamaron a eso Tierra y Libertad. Sus miembros procedían de la clase estudiantil y lo que de verdad les sacaba de sus casillas era que el zar había paralizado muchas de las reformas universitarias que él mismo había formulado un poco antes, reformas que les beneficiaban enormemente en el prosaico aspecto de la promoción laboral. Hay que aclarar que Tierra y Libertad, tras un atento examen de las condiciones que imperaban en Rusia, llegó a la conclusión impepinable que un acto tan tajante como es el de asesinar al zar no tendría demasiado efecto: como dijo Chernishevski “un nuevo Romanov sustituirá al viejo Romanov”. No, era mucho mejor posibilitar la revolución llevando a cabo un ardua labor de seducción de las masas. En otras palabras, agitación y propaganda. Trabajo desde las bases. Iluminación de los obreros fabriles. Alfabetización de campesinos. Obras de teatro sarcásticas. Folletos mal imprimidos circulando por los bares. Manifestaciones vocingleras. Etcétera.

Pero cuando detuvieron a Chernishevski por conspiración, y Tierra y Libertad fue desmantelada por las “fuerzas de la reacción”, y casi todos sus cabecillas detenidos y enviados a Siberia o a la fortaleza de Pedro y Pablo o se achantaron y se escondieron, el núcleo duro de nihilistas se olvidó del agitprop y decidió mancharse las manos. En 1864 nació la Organización, formada por un reducido grupo de entusiastas de Tierra y Libertad que todavía estaban libres: su principal objetivo era utilizar todos los medios necesarios para liberar a sus camaradas detenidos, pero también emprendieron otro tipo de actividades, como por ejemplo el chantaje, las amenazas o el robo.

Ahora es cuando debemos considerar el factor biográfico, tan denostado por los historiadores marxistas, que piensan que los individuos y las individuas apenas tienen importancia dentro del complejo y hegeliano devenir de las grandes corrientes socioecónomicas que configuran el mundo. Pero es que los líderes de la Organización eran muy especiales: uno, Ivan Judiakov, era un tipo con una barba en la que se podía esconder un piano y de carácter depresivo y lánguido. De él se cuenta la siguiente anécdota: en cierta ocasión decidió suicidarse ahogándose en un lago helado, pero tuvo la mala (o buena) fortuna de ser rescatado por su perro. El otro, Nikolai Ishutin, era un auténtico truhán que siempre que podía se iba de casa (donde el tándem formado por su esposa y su suegra lo tenían acogotado) y rondaba por las tabernas reclutando almas afines a la causa nihilista. Ishutin era muy imaginativo y no tardó en dotar a la Organización de un talante que se podría definir de “terrorismo de boquilla”. Los miembros peroraban sobre lo que iban a hacer cuando tuvieran a tiro a un representante de la autocracia, estudiaban la fabricación de artefactos explosivos, ideaban formas para chantajear a los señores pudientes usando a los criados, y demás. Se dice que los miembros de la Organización llevaban en el bolsillo una ampolla de estricnina para quitarse la vida en caso de ser detenidos. A lo mejor es mentira. Ishutin en persona afirmaba que estaba dispuesto a desfigurarse la cara con ácido para no ser reconocido por la policía. Sí, claro que sí.

Eran Rajmetovs canis.

Todo era estupendo y emocionante. Pero de pronto a alguien se le ocurrió poner realmente en práctica las fantasías psicopático-revolucionarias del dúo Judiakov/Ishutin. Hablamos del primo Ishutin, un tal Dmitri Karakozov. Karakozov probablemente fuera un perturbado mental cuya asistencia a las reuniones de su querido primo le indujera a hacer lo que hizo. Que fue lo siguiente: el 4 de abril de 1866 paseaba por un parque de San Petersburgo con una pistola italiana de cinco tiros metida en un bolsillo del gabán. Lo normal en un nihilista. Hete aquí que el zar Alejandro II entró en el parque, dejando su escolta de cosacos y su carruaje en el portón de entrada (estamos hablando de un parque de estilo petrino, con un amplio portón rodeado de estatuas y con profusión de hierro y mármol). Karakozov lo vio y se dio cuenta de que era el zar al ver que todos los transeúntes del parque dejaban de pasear o de conversar normalmente y le hacían reverencias mientras gritaban “¡Viva el zar! ¡Vivan los Romanov!”. Dmitri lo vio clarísimo: sacó la pistola, apuntó y en el momento de apretar el gatillo un aprendiz de sombrerero que estaba como una cuba tropezó con él e hizo que el tiro se desviara. La bala impactó en el sombrero del zar, que en ese momento se había agachado para hacerle mimos a Mildred, su setter irlandés. ¡Ostras, por poco!

En fin: detuvieron en el acto a Karakozov y el zar se acercó a él con el sombrero agujereado en la mano para decirle cuatro cosas. Tiene lugar este diálogo, y les juro que lo he tomado de fuentes fidedignas (Ulam, 1998):
ZAR: ¿Quién eres?
NIHILISTA: Un ruso.
ZAR: ¿Qué pretendes con esto?
NIHILISTA: Nada, nada.

Ánimo: esto ya acaba. Al zumbado Karakozov lo sometieron a un juicio militar, cuando lo más adecuado hubiera sido, quizá, la camisa de fuerza. El zar puso en manos del conde Mijaíl Muraviev (al que llamaban El Verdugo por su supuesta crueldad, aunque más bien era oblomovista y rematadamente torpe) la investigación del intento de zaricidio. La Organización de Ishutin/Judiakov fue desmantelada tras una cómica serie de sinsentidos de una y otra parte. ¿Saben?: a Ishutin lo condenaron al exilio durante veinte años en una provincia siberiana, acompañado, para su desdicha, de su mujer y su suegra. ¡Eso es el karma!

Con respecto al aprendiz de sombrerero, su acción le valió un título nobiliario y el derecho de beber hasta matarse. Esta última recompensa consistía en que el buen hombre podía beber de gorra en cualquier establecimiento de la Rusia imperial gracias a un decreto firmado por el mismísimo zar. Ignoro qué uso hizo este héroe accidental de su título y de su prebenda. Espero que ahora sea feliz en el Cielo ortodoxo.

Y eso es todo. 

Fotografía de Dmitri Karakozov, cortesía de Wikipedia.


 
Nada, nada


Bibliografía: pues quién va a ser, Dostoievski.

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