domingo, 5 de mayo de 2013

EL PERÍODO DE LOS DISTURBIOS I: IVAN VASILYEVICH

Los rusos de Rusia están locos, eso está claro. Pero no es que estén locos ahora, ni tampoco es que la locura les haya venido de hace poco, no: están locos desde que unos vikingos piratas se ajuntaron con unos eslavos andrajosos en la región de Kiev o por allá cerca y llamaron al tenderete resultante Rus.
 
¿Cómo? ¿Que es una exageración? ¿Que no es para tanto? ¿Que en todas partes cuecen habas? Pues vamos con un poco de historia rusa para despejar cualquier duda, caramba.
 
Esta divertida historia comienza con Ivan Vasilyevich, que llegó a ser emperador o zar de Rusia en 1533, cuando tenía tres añitos, el cuarto de su nombre. Como era un crío, los boyardos, o nobleza terrateniente rusa, hicieron y deshicieron a su antojo durante los primeros tiempos de su reinado. Pero como estamos hablando de Rusia, no esperemos nada normal en este aspecto. Los boyardos eran una cuadrilla de hijoputas de cuidado: no sólo esquilmaban, violaban y mataban a los campesinos y gobernaban cada uno su provincia como un sátrapa sanguinario, sino que también se mataban entre sí porque eran nobles, en efecto, pero rusos también. Y la familia y los amigos de Ivan también recibieron lo suyo: varios familiares del zar-niño fueron torturados, a alguno que otro lo desollaron vivo delante del chavalín, y hete aquí que uno de ellos llegó a asesinar a la propia madre de Ivan por el método de echarle en la comida una sustancia no compatible con la vida. Que la envenenaron arteramente, vamos.
 
El pobre crío vivía encerrado en una habitación parecida a una mazmorra y, cuando no estaban torturando a alguien de su familia delante de él, se consolaba quemando perros y decapitando gatos (se nos había olvidado aclarar que Ivan era un sociópata de cuidado).
 
No es de extrañar que la conducta de los boyardos con respecto a su persona y sus más allegados creara cierto resentimiento en el joven asesino de mascotas.
 
Por ello, tampoco es de extrañar que, a la tierna edad de trece años (una edad en la que otros mozos juegan al fútbol, dan los primeros besos o terminan mal que bien la ESO) Ivan hiciera apresar al príncipe Andréi Shuisky, líder de la principal facción de la nobleza, y lo encarcelara cargado de cadenas. Que luego a Andréi se lo comieran vivo sus propios perros de caza nos ofrece un revelador atisbo de la clase de ideas que bullían en la mente del zar adolescente.
 
Pero el sencillo y borrachuzo pueblo ruso acogió esta muestra de madurez con los brazos abiertos, harto como estaba de la sevicia de los nobles. En los primeros años de Ivan como zar con todas las letras Rusia vivió una época de prosperidad ilustrada al mismo tiempo que un gran resurgir espiritual, ya que nuestro muchacho no solamente introdujo reformas en la administración, acabó con muchas prebendas de los boyardos parasitarios (y con muchos boyardos en sí mismos también), formó una milicia muy parecida a un ejército estatal e incluso instauró un código civil que no era demasiado bárbaro, sino que también favoreció la construcción de basílicas, conventos e iglesias ortodoxas y dotó al clero de amplios poderes en la sociedad urbana y rural. Puede que esta etapa de benevolencia se explique por la extrema religiosidad de Ivan, o por la influencia moderadora de su muy amada esposa Anastasia Romanovna. El caso es que el eslavo común y corriente podía considerarse contento con su sino: no había nobles que le explotaran demasiado ni guerras absurdas en las que actuar como carne de cañón y caray, hasta comía algo casi todos los días.
 
Pero Anastasia Romanovna murió misteriosamente en 1560, quizá a resultas del veneno, quizá a manos del propio Ivan en uno de sus arrebatos, y se terminó el Zar Padrecito Bueno.
 
En primer lugar, Ivan la tomó con todos los boyardos que habían sobrevivido a su ascenso al poder, acusándoles de haber matado a su consorte y de querer matarle a él. Puede que tuviera razón (nunca se sabe con esos putos boyardos). Pero que los matara por medio de torturas atroces (a uno lo tiró desde un torreón del Kremlin después de quebrarle las piernas, a otro lo finiquitó obligándole a beber aceite hirviendo, a un tercero le arrancó la piel personalmente con unos cuchillos curvos, etcétera) no decía mucho en favor de su cordura. Sobrevivieron algunos a esta venganza demente, pero tan acobardados que no se atrevieron a protestar mientras el jefazo de Rusia se perdía más y más en los tenebrosos vericuetos de su maldad enfermiza.
 
En segundo lugar, la tomó con su propia familia. Ivan era propenso a los ataques de rabia histérica, no era raro verle hablando con toda normalidad y de repente correr para salvar la vida porque al muy grillao le había dado por coger unas tenazas oxidadas. Echaba espumarajos por la boca y gritaba las blasfemias más horripilantes mientras pedía sangre. En fin, una mañana hizo matar a su segunda esposa porque se le había metido en la cabeza que no era virgen. También estranguló hasta la muerte a su hijo mayor y heredero, por alguna razón desconocida, quizá porque lo confundió con un gato. Y no hablemos de los sobrinos, los tíos, los primos y las suegras; baste decir que acudir a una cena familiar con Ivan debía ser un asunto un poco tenso.
 
Sus vais a enterar
 
En tercer lugar, la tomó con su propio pueblo. Aunque su malignidad era errática, esporádica y azarosa, se las hizo pasar canutas a sus compatriotas. El ejemplo más claro lo tenemos en la ciudad de Novgorod, año 1570. A Ivan se le metió en la cabeza que los pobladores en pleno de Novgorod eran unos traidores asquerosos que querían matarlo y decidió dar un escarmiento. Una vez más, nunca se sabe, ya que Novgorod intentó proclamarse independiente, pero el caso es que el zar en persona se trasladó de Moscú a Novgorod con su séquito de monjes ortodoxos, hechiceros tarados expertos en afrodisíacos, concubinas, astrólogos y una nueva elite de asesinos formada por él mismo, la Oprichniki, dispuesto a meter caña. Lo que hacía la Oprichniki era eso, oprimir: se pasaron unos cuantos meses devastando Novgorod a sangre y fuego, barrio por barrio y casa por casa. Era como si Ivan le hubiera declarado la guerra a Novgorod, aunque era una guerra harto peculiar, ya que a los matones armados hasta los dientes y frecuentemente ex convictos borrachos psicópatas sólo podía oponer miles de mujeres, ancianos y niños indefensos. El caso es que cuando ya llevaban devastada más o menos la mitad de Novgorod Ivan se aburrió y se limitó a deportar a los supervivientes al extremo norte de su imperio. No obstante, permitió que los Oprichniki sembraran el terror un poco por todas partes, dando lugar a un período de la historia rusa que los eruditos denominan la Oprichnina en vez de la Era de la Degollina Total, por ejemplo. Los eruditos, siempre tan finos.
 
Y en cuarto lugar, Ivan la tomó con todo el mundo conocido. La Madre Rusia estaba cercada por el oeste y el sur por una serie de pequeñas, medianas y grandes potencias que miraban los territorios del zar con ojos envidiosos. Hablamos de polacos, astracanes, lituanos, kazajos, turcos y tártaros de Crimea, por nombrar a los más belicosos. Mientras Ivan estuvo más o menos bien de la chola las inacabables tensiones en política exterior eran solventadas un poco con diplomacia, otro poco con incursiones limitadas de un bando u otro, y algo de guerra de verdad en los territorios del Volga, sazonado todo ello con fervientes plegarias por parte de Ivan. Pero cuando la zarina Romanovna desapareció de escena, ya no hubo freno y las guerras se sucedieron sin cesar. Ejemplos no faltan, pero se pueden destacar la guerra total contra Turquía, los encontronazos sangrientos contra polacos y caballeros teutónicos mercenarios, los cataclismos lituanos, el saqueo de Crimea y, por supuesto, la conquista de una gran parte de Siberia. Hay que decir que los diversos clanes, etnias y tribus siberianas no le habían hecho nada a Ivan, pero éste decidió mandar al este una horda de soldados-campesinos, Oprichniki y cosacos mostachudos un poco porque él lo valía. La excusa era que esos siberianos eran unos paganos que no tenían ni idea de quién era san Cirilo e iban por ahí pescando y cazando envueltos en pieles mugrientas sin rendir tributo al zar. Fue ésta una guerra de expansión colonial donde abundaron las barbaridades, verbigracia los asesinatos en masa de mujeres y niños y el canibalismo. Sin medias tintas, oigan. Que hablen de nosotros aunque sea para mal, un gran consejo que los rusos pueden dar al planeta Tierra.
 
A todo esto, Ivan IV Vasilyevich decidió abdicar y retirarse a un monasterio para reflexionar sobre grandes cuestiones de la vida, como cuánto puede aguantar vivo un gatito introducido en una olla, y cosas así. Lo que quedaba de la corte se quedó perpleja con esta salida, y fue el hombre de confianza del zar, Boris Godunov (que era el hermano de la esposa de Fedor, el nuevo primogénito de Ivan después de la muerte del antiguo primogénito) quien tuvo los arrestos para quitarle esa idea de la cabeza al demente. Evitando de esa forma que el país quedara sumido en el caos. Un caos mayor del que conformaba el statu quo, queremos decir.
 
Entonces, en 1584, Ivan la diñó de pronto. Nadie se lo esperaba, ya que hasta el día anterior como quien dice el hombre había estado tan a gusto ideando unas reformas de Moscú con unos arquitectos. Su imprevisto deceso sigue siendo un misterio histórico. Hay quien dice que alguien, probablemente Godunov, lo quitó de en medio para hacerle un favor al país. Cuando unos investigadores desenterraron los restos mortales en la década de los treinta del siglo XX por orden de Stalin (que no por casualidad era muy fan del loco rabioso) hallaron que su organismo presentaba una concentración veinticinco veces superior de mercurio de lo que resulta saludable. De modo que la opción del envenenamiento puede ser la respuesta.
 
A no ser que el propio Ivan se matara al consumir el tipo de medicinas ricas en mercurio que eran usuales en su atrasada época para combatir la sífilis.
 
Ivan ha pasado a la historia con el sobrenombre de “El Terrible”. Esperemos que esta larga parrafada dé alguna idea del porqué de tal apelativo. Lo más gracioso, sin embargo, es que toda la villanía, locura, muerte y alegría loca que caracterizó el reinado de este miembro de la especie humana no fue nada en comparación con lo que vino después.

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