lunes, 6 de mayo de 2013

EL PERÍODO DE LOS DISTURBIOS, PARTE II: BORIS & DIMITRI

Lo que vino después de Ivan IV fue la repanocha. Es posible que una autocracia chalada personificada por uno de los tiranos más idos del bolo de la historia eslava y mundial sea algo malo, pero no es lo peor. Lo peor viene cuando el lobo la palma y el poder que ha acumulado se convierte en el premio ansiado por una jauría de chuchos asilvestrados hambrientos. Conocemos este período del carnaval ruso como la Era de los Disturbios o la Época Tumultuosa… y también, más informalmente, como la Alegre Prisiadka de los Dimitris.
 
                                                  
 
Resumir la avalancha de apocalipsis que desencadenó el mutis por el foro del monstruo es complicado, pero lo intentaremos.
 

Recordemos que Ivan había muerto en 1584. Como es habitual en las monarquías hereditarias, sean normales o propias de una película gore, el puesto de zar pasó a manos de su hijo Fedor, el único varón de la arcaica dinastía Rurik que había salido vivo de la orgía de estrangulamientos, decapitaciones, desollamientos, amputaciones, envenenamientos, enucleaciones y arrancado de muelas a las bravas que había caracterizado el dilatado reinado de papá. Fedor no era como su padre: era un muchacho tímido, ingenuo, bonachón y aficionado a las comilonas. Estaba casado con su chica de toda la vida, Irina Godunova, y solía acariciar a los gatitos en vez de aplastarles las patitas con un mazo. Tan ingenuo era, y tan majo, que el gobierno efectivo de la Gran Rusia quedó en manos de su cuñado, Boris Godunov, el cual demostró ser un valido lo bastante capaz como para que durante un puñado de años Rusia conociera la paz y la prosperidad.
 
Pero había un problema. Por mucho que lo intentaran, Fedor e Irina eran incapaces de dar al mundo un hijo varón que viviera más que un par de meses. Eso significa problemas, porque al no haber heredero macho toda la dinastía Rurik, que había gobernado Rusia desde tiempos inmemoriales (con permiso de los boyardos) se iba al carajo. ¿Por qué no una emperatriz? pueden pensar. Pues porque no, oiga. Y ya se sabe: es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer.
 
Había una posibilidad. El buen Ivan, tras la muerte de Anastasia, se había aficionado al casamiento en serie. Con el beneplácito de unos popes que en caso de negarse pues igual perdían los ojos, el zar loco se casó con dos, tres o incluso cinco mujeres de la corte (la gente perdía la cuenta), y de todo este batiburrillo salió Dimitri. En los altos círculos del poder se discutía con acritud si este chico era legítimo o no, ya que no se sabía exactamente de qué matrimonio era el producto. Para resumir, digamos que había una facción que apoyaba la idea de que Dimitri fuera la bala en la recámara por si Fedor no lograba cumplir con el mandato de Dios de procrear un hijo varón; pero había otros, liderados casualmente por Boris Godunov, a los que no complacía esta idea.
 
O no tan casualmente, a poco que pensemos mal.


El caso es que Dimitri que era digno hijo de su padre. De muy cachorro empezó a torturar a todos los animalitos que se ponían a tiro de la misma forma que Ivan, y cuando se dignaba a hablar, dejaba claro que no tendría el menor escrúpulo en aplicar el mismo trato a los seres bípedos. Aunque Fedor se opuso (le caía bien el locuelo de su hermanastro), Godunov decidió usar unos subterfugios para exiliar a Dimitri a la ciudad de Uglich, un pueblucho situado a unos setenta kilómetros al norte de Moscú. Allí puso a guardias de su confianza para que “supervisaran la educación del príncipe”. Lo que ocurrió puede que lo adivinen: en 1591 los moscovitas se enteraron de que Dimitri había muerto misteriosamente. Las muertes misteriosas son el verdadero leitmotiv de esta historia, y como es natural, muchos nobles y la mayor parte del vulgo consideraron que Dimitri había perecido a manos de Boris Godunov. Daba igual que Boris fuera una persona relativamente poco bestializada por el poder omnímodo. Daba igual que Dimitri Vasilyevich diera abundantes muestras de poseer todos los genes demoníacos de su padre. La opinión pública estaba en contra de Boris. Y la opinión pública (que en esos tiempos tenía la forma de turbas de mujiks alcoholizados provistos de horcas, antorchas y palos) asaltó el palacio uglichiano donde había vivido Dimitri, colgó de árboles a todos los hombres de Godunov que pilló y luego violó y saqueó un poco para no quedarse fría.
 

Ciertamente, Boris parecía sincero cuando puso cara de haba al conocer la muerte de Dimitri. Actuó con rapidez y astucia: tras encerrar en un convento a las dos posibles madres de Dimitri, envió a Uglich a un noble llamado Vasily Shuisky para investigar el extraño deceso. Vasily, un pariente lejano de aquel Shuisky que había sido ejecutado por Ivan durante su toma del poder, se había pasado los últimos años en arresto domiciliario, acusado de conspirar contra Godunov. No era, por tanto, un personaje afín a Boris. Además, resultó que había sido uno de los pocos compadres que el huraño Dimitri había tenido durante su estancia en Moscú. El resultado de sus pesquisas fue bastante raro: parece ser que Dimitri se había cortado el cuello a sí mismo mientras jugaba con un cuchillo. Si bien es cierto que el probable zarévich tenía ocasionales ataques epilépticos, semejante píldora era demasiado grande como para que la gente se la tragara. Y claro, casi nadie se la tragó.
 
Durante el resto del reinado de Fedor, existieron dos rumores en cierto modo complementarios en Rusia:
1. Dimitri había sido asesinado cobardemente por ese cabrito de Godunov.
2. El cabrito de Godunov había intentado matar a Dimitri, pero no lo había conseguido a saber cómo y ahora Dimitri esperaba escondido su oportunidad.
 
Para el pueblo llano, la cosa estaba clara: Dimitri era un tío grande, un padre para los campesinos, que debía gobernar porque así lo querían Dios y sus hijos. Y Godunov era un noble maligno y advenedizo, conspirador y envenenador y cobarde, y nadie le quería. Lo que constituye un excelente fermento para que el pueblo llano la líe bien gorda.
 
En fin, pese a que el clima local ya se aproximaba al que caracteriza una guerra civil, Fedor continuó intentando hacerle a Irina un chico. Por desgracia, no lo consiguió, solamente nacían chicas y más chicas, y en enero de 1598 el buen zar pasó a mejor vida. Dejando Rusia sin heredero. Y comenzó la tomatina.
 
Se había producido un vacío de poder: por primera vez desde el nacimiento de la Rus, no había ningún mandamás ungido por el Señor a los mandos. Por todas partes en la vasta tierra eslava cundió la conmoción; proliferaron las revueltas campesinas; se vieron terribles prodigios, fatales anuncios de una era de devastación; nacían potros con dos cabezas y un cometa sangriento cruzó maléficamente los cielos sobre el Volga; en las fronteras, los múltiples enemigos de Rusia afilaban las espadas y cargaban los mosquetes ansiosos por soltar a los perros de la guerra. Etcétera. Una vez más, Boris fue rápido y sibilino. Por el expeditivo método de llenar los bolsillos de los nobles más influyentes con puñados de oro y prometer tierras a todo el que le apoyara, consiguió acceder al trono a mediados de 1598. Luego, tuvo la suerte de que los mongoles, unos nómadas hirsutos aficionados a matar gente y robar ganado y quemar iglesias que pululaban en los márgenes del imperio siempre con ganas de bronca, lanzaran un gran ataque en el año 1599. Estos mongoles sabían que en Moscú los mandamases no estaban para invasiones, de modo que avanzaron con enorme rapidez conquistando una provincia tras otra. Llegaron a tener a huevo el mismísimo Kremlin, pero Godunov, una vez consolidada su posición, reaccionó por fin y echó a los mongoles de los alrededores de la capital tras una serie de atroces batallas.
 
 
 
Coronación de Boris Godunov con gran pompa ortodoxa
 

Y entonces todo cambió. Los rusos y rusas se dieron cuenta de que Boris no era tan mal tipo: oye, nos ha salvado de estos paganos que hacen pirámides de cráneos y acuchillan a los bebés en los vientres de sus madres, se dijeron las matronas. De modo que Godunov pasó de ser un supervillano a convertirse en el hombre más querido en las aldeas y los monasterios, y en Rusia volvió a salir el sol.
 
 
Por un tiempo.

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