martes, 7 de mayo de 2013

EL PERÍODO DE LOS DISTURBIOS, PARTE III: DIMITRI STRIKES BACK



Habíamos dejado a Boris Godunov convertido en el salvador de la Madre Rusia. Todo el mundo estaba más o menos contento; todo lo contento que se puede estar en un agujero infernal arrasado por la guerra, las depredaciones de los Oprichniki (pues todavía hacían de las suyas en los oblasts del Don y en las remotas posesiones siberianas), las enfermedades epidémicas, la carestía, los horribles inviernos y las mugrientos otoños, el atraso cultural insondable, la superstición rampante y los bandidajes de mongoles, polacos, lituanos, cosacos rebotados, caballeros teutónicos, prusianos, sultanes del kanato de Astrakán, turcos y unos pocos más que sin duda nos dejamos… En fin, que las cosas pintaban bien para Boris, que se sentía seguro en la roja fortaleza del Kremlin y educaba a su hijito Fedor para convertirlo en el siguiente zar de la nueva dinastía Godunov. Una vez afianzado en el poder, esperaba culminar la expulsión de los últimos mongoles, fomentar la urbanización, reconstruir los muchos monasterios quemados hasta los cimientos y, en resumen, convertir Rusia en lo que fue antaño.
 

No fue posible. La danza macabra estaba en lo mejor y los esqueletos no iban a cesar su contoneo sonriente sólo porque así lo esperaba Boris Godunov, o nadie.
 

Mediado el año 1600, desde la vecina Polonia llegaron noticias que rápidamente hicieron hervir una vez más la olla a presión. Y es que, Dimitri, el hijo bastardo de Ivan, anunció que no estaba muerto, que estaba de parranda en Polonia. Reclamó el trono a voces y procedió a invadir el oeste del país con un gigantesco ejército de soldados polacos comandados por condes polacos y consolado en la aflicción por sacerdotes católicos polacos. Hemos de decir que seguramente este Dimitri no era el verdadero Dimitri, en primer lugar porque la inmensa mayoría de las crónicas neutrales de la época nos dicen que era de pelo pajizo, alto y de constitución enclenque, mientras que el otro Dimitri, el Dimitri hijo de Ivan, era la viva imagen de su padre: bajito, de pelo oscuro como la noche y ojos hundidos e hipnóticos de culebra. Y en segundo lugar, porque todo el asunto apestaba a maniobra polaca para hacerse con el poder en Rusia. Polacos y rusos eran como el agua y el aceite, debido sobre todo al asunto religioso (católicos versus ortodoxos) y a que en el pasado los rusos habían estado arrancando grandes porciones de territorio polaco a base de hachazos primero y cañonazos después. Había entre ambas potencias mucho resquemor, pero el caso es que en esta ocasión a la gente corriente de Rusia no le importó lo más mínimo todo eso y en muchas regiones estallaron verdaderas revoluciones de carácter popular donde las muchedumbres enfervorizadas mataban a los partidarios de Godunov y saludaban al seguramente falso Dimitri como el verdadero gobernante de Rusia.
 
 
¿Es que no se acordaban de Ivan, que ya en esa época era conocido como “El Terrible”? ¿Querían volver a más de lo mismo, en vez de darle una oportunidad a Boris, que por lo menos no estaba loco de atar? Y el tal Dimitri ni siquiera era de la sangre del amado zar-diablo, sino una marioneta de los polacos… Es por eso que la única explicación que se me ocurre del carácter, la historia y la forma de vida de los rusos es que los rusos están como putas cabras.
 
 
El falso Dimitri, también llamado falso Demetrio
 
 
Mientras Boris lidiaba al mismo tiempo con los polacos de Dimitri y los mongoles y los nobles que, como víboras, conspiraban contra él en su propia corte pese a los muchos regalos y privilegios que les había concedido para hacerse con el poder (nadie es perfecto), una nueva desgracia vino a contribuir decisivamente a la desintegración. Una retahíla de pésimas cosechas, provocadas en parte por un evento de cambio climático causado por una gigantesca erupción de un volcán peruano y en parte porque no abundaban los trabajadores de la tierra, provocó la catastrófica Gran Hambruna de 1601-1604. Se trató de la peor crisis alimentaria de la historia rusa y una de las peores de la historia del mundo: 
Aparecían cadáveres con heno en la boca y en los mercados se vendían pasteles de carne humana (Dunning, Short History of Russia’s First Civil War, pp. 43-44).
 

Sólo en la región de Moscú las malas cosechas y el frío provocaron unas 100,000 víctimas.
 

A esas alturas, Boris Godunov era como un malabarista manco que tiene seis sierras mecánicas en marcha dando vueltas por los aires: seguro que tarde o temprano, por muy hábil que fuera, se iba a hacer mucha pupa. En su honor debemos consignar que hizo todo cuanto estuvo en su poder para detener al caballo del Hambre al galope, desde distribuir alimentos entre los refugiados que atestaban las ciudades hasta ofrecerse a pagar los sudarios de las víctimas. Pero no había nada que hacer: el pueblo le culpaba de todas las desgracias; estaban convencidos de que Godunov el Usurpador había hecho caer la ira de Dios sobre sus pobres siervos; el caos y la violencia se recrudecieron, el apoyo al falso Dimitri se hizo universal.
 

En abril de 1605, Boris Godunov cayó enfermo de pronto y murió. ¿Muerte natural? ¿Envenenamiento? ¿Realmente importa?
 

El trono quedó en manos del asustadizo e inexperto Fedor II, el hijo de Godunov, y de su capacitada pero algo senil madre, Maria Grigorievna. No pasaron tres semanas hasta que un levantamiento callejero instigado por los popes y comandado por agentes del falso Dimitri infiltrados en la corte los expulsó del Kremlin. Mientras las tropas polacas del Dimitroide ocupaban Moscú, madre e hijo fueron discretamente estrangulados con una cuerda de seda en alguna húmeda y maloliente mazmorra infestada de ratas, todo un alarde de gentileza si hablamos de procedimientos sucesorios eslavos.
 

El zar “Dimitri” (ejem) hijo de Ivan ascendió al trono de todas las Rusias en noviembre de 1605. Uno de los eventos más graciosos que tuvieron lugar durante la ceremonia de su coronación, realizada en una apresurada mezcla de ritos católicos y ortodoxos que no gustó a nadie, fue el testimonio de Vasily Shuisky. Recordemos: Shuisky era el antiguo compañero de juegos de Dimitri, el noble que supuestamente había atestiguado que Dimitri se había cortado el cuello con su propio cuchillo. Pero en esta ocasión, quizá debido a su mala memoria, quizá obedeciendo a su conciencia y a las picas de la guardia del corps polaca del nuevo zar, quizá por cualquier otro motivo que ignoramos, el ya maduro Shuisky se desdijo. Afirmó a los allí presentes que el Dimitri que tenía ante él era el verdadero Dimitri, y que el niño de catorce años cuyo cadáver había visto en Uglich debía ser el de cualquier otro crío. Luego le dio un sentido aunque algo torpe abrazo a su gran amigo y le dio un par de besos en la boca a la manera eslava, y tras esto, los sacerdotes polacos y los popes ortodoxos protagonizaron una tangana a puñetazos en los aledaños del Kremlin. Murieron unos cuantos religiosos esa venturosa noche.
 
Y es que los religiosos rusos de pro, los que oraban según el rito griego y se dejaban crecer la barba hasta que cabía en ella una pareja de palomas con su nido, pronto se cansaron del nuevo zar. Odiaban a los polacos, y por mucho que este pelagatos fuera el hijo del añorado Ivan, lo cierto es que parecía un puto polaco. El apaño no podía durar, pues. En mayo de 1606, haciendo caso omiso de sus consejeros rusos, Dimitri anunció que iba a casarse con una princesa polaca, Maria Mniszech. Y el 17 de mayo, una vez consumado el polémico enlace y después de varios días de disturbios en la capital, una típica turbamulta moscovita, compuesta a partes iguales por albañiles provistos de pico, pala y vodka en cantidad y popes con cuchillos entre los dientes irrumpió en los aposentos privados de Dimitri en el Kremlin. El pobre hombre intentó escapar descolgándose por una ventana, pero lamentablemente se rompió una pierna al caer al suelo. No obstante, siguió intentado escapar, cojeando de forma patética por ahí hasta que otros individuos patibularios le dieron alcance. Le mataron disparándole varias veces a la cabeza. Luego ataron los pies y las manos del muerto, lo engancharon a un carro y lo pasearon por la ciudad, donde los polacos ahorcados en las ramas de los grandes alisos de la perspectiva Kólomenskoye pudieron contemplar (es un decir) cómo el alegre lumpenproletariat medieval de Moscú escupía, daba de palos, insultaba y finalmente arrancaba los genitales de Dimitri el Breve. Siguieron su destino entre quinientos y mil polacos de su séquito, sin importad edad, sexo y condición.
 
 
Corre Dimitri, que te apiolan
 
 
Tras permanecer una semana más en suelo sagrado ruso, concretamente bajo él, desenterraron y prendieron fuego al cadáver.
 
Y una semana más tarde, fue desenterrado de nuevo, sus restos metidos en un cañón con la boca apuntando a Varsovia, y tras esto dispararon el cañón. Con un par. Aunque esto ya es de tarjeta roja y expulsión.
 

Por desgracia, continuará...




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