martes, 7 de mayo de 2013

CAZANDO BRUJAS

Por caza de brujas se entiende cualquier epidemia de acusaciones dentro de una comunidad dada (un pueblo, una ciudad, una comarca, un país) y toma la forma de un bucle de retroalimentación de este tipo:
1. Entre las víctimas predominan las mujeres sobre los hombres. Hay también muchos pobres, marginados o personas con trastornos psicológicos o minusvalía mental. Como se ve, los cazadores de brujas son decididos y valientes.
2. Normalmente, en el potaje entra la acusación sexual ("tú, bruja, yaciste con Satán") o la acusación de abuso sexual ("gracias a la hipnosis he recordado que mi padre abusaba sexualmente de mí en el aquelarre satánico").
3. No se necesita probar la acusación con hechos. El testimonio impactante manda. La mera acusación constituye la prueba.
4. Quien niega la acusación aparece como doblemente culpable ante sus vecinos y antiguos amigos.
5. Epidemiología de las acusaciones I: si la primera acusación tiene éxito, el ritmo de nuevas acusaciones aumenta exponencialmente.
6. Epidemiología de las acusaciones II: el punto crítico se alcanza cuando la sospecha es omnipresente, esto es, todos sospechan y nadie está libre de sospecha.
7. Si se alcanza el punto crítico, la cosa suele llevar a la violencia, de palabra, obra u omisión de socorro.
8. Una vez se ha liberado toda la energía, el movimiento muere, agotado su combustible. Puede permanecer un núcleo duro, un remanente paranoico que sigue convencido de la veracidad de las acusaciones, pero el resto de la comunidad opta por una repentina amnesia colectiva.
 
 
 


Al hablar de cazas de brujas, pensamos en eso mismo: supuestas brujas quemadas porque algún chiflado medieval así lo dispuso. Esto contiene un error, ya que las epidemias brujeriles no son propias de la Edad Media, sino de lo que llamamos el Renacimiento (tiene guasa) y el inicio de la Edad Moderna. Sólo en los principados alemanes se quemaron a unos cincuenta mil mujeres durante los siglos XV y XVI, según los cálculos más conservadores.


Pero no pensemos que la credulidad ciega y la paranoia son propias de tiempos pasados, de gente atrasada sumida en las tinieblas de la superstición. No. Examinemos un caso documentado.
 
 
Mattoon, Illionis, 1944. Una mujer denuncia que un varón desconocido entró en su dormitorio y la intentó dormir con un spray narcótico. Al día siguiente, el Daily-Journal Gazette, el periódico local, titula en primera página: ANDA SUELTO MERODEADOR CON ANESTÉSICO. En los días siguientes, primero dos, luego cinco, luego una docena de vecinas denuncian que por la noche un hombre embozado ha intentado asaltarlas previa rociada con un spray. Los maridos, los padres, los hijos comienzan a montar guardia en los dormitorios, armados con revólveres y escopetas, mientras un plumilla del Daily-Journal Gazette empieza a cubrir diariamente la noticia bajo el epígrafe SE BUSCA AL ANESTESISTA LOCO. En números, hubo 65 denuncias en tres días. Pasadas dos semanas, la policía había detenido a diez vecinos de Matton, que fueron acusados de ser el ANESTESISTA LOCO, y que permanecieron confinados para que sus convecinos no los lincharan. Al cabo de un mes, no había podido probarse que ninguno de ellos fuera el ANESTESISTA LOCO. De hecho, el comisario indicó que era muy posible que no hubiera ningún ANESTESISTA LOCO. Pasado un año, la mayoría de los habitantes que habían sido acusados y encerrados abandonó la población y el resto se dedicó alegremente a sus asuntos.


La cosa no queda aquí. A finales de los años 80 y principios de los 90, Norteamérica e Inglaterra vivieron la edad de oro de los adoradores de Satán. El tema hasta tenía su propia designación policial: SRA (Satanic Ritual Abuse). Se decía que en cada pueblo, ciudad y esquina del país había seguidores del Diablo dispuestos a hacer cosas muy feas con los hijos de los inocentes vecinos. Luego se dijo que muchos padres hacían este tipo de cosas horribles con sus propios hijos. Tanto el FBI como la policía se vio obligada a investigar docenas, luego cientos, y al final miles de denuncias (por lo general anónimas) por las que se acusaba a alguien de beber sangre de bebé, abusar de niños, celebrar aquelarres y otras lindezas. No había ninguna prueba empírica de peso que avalara la inmensa mayoría de estas denuncias, pero intervinieron los medios de comunicación de masas y entonces no hubo quien parara la bola de nieve. En 1987, Geraldo Rivera, un presentador de la tele que era como Oprah, Ana Rosa y María Teresa juntas, dijo en su programa de máxima audiencia: "Los expertos estiman que hay más de un millón de satanistas en este país... Desde los pueblos a las grandes ciudades, han atraído la atención de la policía y el FBI con sus rituales satánicos de abuso de niños, su pornografía infantil y sus asesinatos satánicos. Es probable que algo así esté ocurriendo cerca de su casa". Ni que decir tiene que Geraldo no nombró a ningún "experto", ni dio pruebas de su generosa estimación de adoradores de Satán, ni dijo en qué pueblos y ciudades se daban esos terrible hechos... Se limitó a poner cara muy seria y decir "satánico" y "niños" el máximo número de veces posible. De modo que las denuncias aumentaron enormemente; un policía de una localidad de Nueva Jersey calculó que en su pueblo el 60 por ciento de los habitantes varones era un maligno adorador del Diablo. Incluyendo en ese porcentaje a su propio jefe y al alcalde de la localidad. En resumidas cuentas, fue un hermoso período de la historia reciente del mundo en el que la histeria predominó y los fundamentalistas, los psicólogos torticeros y los abogados hicieron su agosto.
 
 
 


Y así sucesivamente. Pueden ser los adoradores de Satán, los alienígenas, las torres de alta tensión productoras de cáncer, los recuerdos recuperados, la corrupción política, la gratuidad o no gratuidad del Whatsapp... No es preciso que sea verdad, no es preciso que sea verosímil. Sólo nos tiene que tocar la fibra. Nosotros, los Homo sapiens sapiens (dos veces sabios) somos así de gilipollas. Como dijo L. Ron Hubbard, fundador de la Cienciología: Si es verdad para ti, es verdad.

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