sábado, 25 de mayo de 2013

JERÓNIMO VAN AKEN, AKA EL BOSCO. PARTE DOS DE NO SE SABE CUÁNTAS

Continuemos la serie de posts  sobre este extraño pintor y sus extraños cuadros medievales. Hoy toca hablar de sus primeros escarceos pictóricos y la génesis de su peculiar idiosincrasia.
 
Obras tempranas
Los estudiosos serios del Bosco, porque haberlos haylos, sitúan los inicios de su arte en el llamado estilo holandés, que consiste básicamente en pintar a Jesucristo en sus momentos de más agobio, por ejemplo cuando le crucifican. O bien retratan al Hijo de Dios en sus años mozos o en el momento de su Nacimiento. El Bosco nació con Nacimientos: y en su Epifanía (que puede verse en el Philadelphia Museum of Art) no hay rasgos de estilo que la diferencien de similares Nacimientos Crísticos realizados por autores flamencos, brabantinos, belgas o franceses. Si acaso, se aprecia un uso todavía inexperto de la perspectiva.
 
Es en escenas mucho más crueles (y éste es un aspecto significativo) donde Jerónimo novato muestra lo mejor de sí mismo. Sobre todo en su Ecce Homo (óleo sobre tabla que podemos admirar en una galería de Fráncfort). Esta pintura representa el momento en que Poncio Pilato ofrece a Cristo a lo que podría llamarse la chusma o la turbamulta, tal y como podemos leer en los Evangelios. El Mesías muestra evidentes señales de violencia, y la chusma es un conjunto de viles personajillos ataviados con una extraña indumentaria, que parece oriental. El propio Pilato se cubre la testa con una especie de turbante fofo y su rostro gordinflón y coloradote hace pensar en un tío abuelo que ha bebido de más en la cena de Nochebuena. Unas inscripciones latinas dibujadas en filigrana sobre los muros nos permiten asistir al diálogo entre Pilato y la turbamulta, como si de un primitivo cómic se tratase.

Ecce homo, óleo sobre tabla, 75x61 cm
Fuente: Wikipedia
 
Poncio Pilato dice: ecce homo (es decir, "he aquí al hombre") y la mal encarada muchedumbre contesta crucifige eum ("crucificadlo"). Dato curioso: Jerónimo pintó unas figuras vestidas con hábito monástico en la esquina inferior izquierda, que luego sobrepintó por alguna razón, aunque conservando su discurso: salve nos Christe Redemptor: "sálvanos, Cristo Redentor". En la ciudad gótica que vemos al fondo ondea la media luna musulmana, lo cual redunda en la intención del autor de aludir al tenebroso poder del Turco (que en aquella época contralaba todos los lugares sagrados de la cristiandad en el Oriente y andaba por su tercer o cuarto ciclo expansivo), junto con las inusuales vestimentas de los implicados. También encontramos una de las primeras muestras de simbolismo en la obra de Jerónimo: una lechuza que atisba desde un ventanuco y un enorme escuerzo que decora el escudo de un soldado son manifiestos emblemas del Mal conocidos por cualquier contemporáneo del Bosco. Un poco como la cruz gamada en nuestros tiempos.
 
Escenas como la de la chusma que quiere hacerle pupa a Cristo y las epifanías son abundantes en los manuscritos iluminados (aquí iluminado quiere decir ilustrado) holandeses de la misma época, por lo que resulta que Jerónimo se dedicó a copiar estas cosas en otro formato, el óleo sobre tabla. Una característica muy curiosa tanto de manuscritos como de pinturas de este período es la sumamente gráfica descripción de la maldad humana que se hace en ellos. Los holandeses sabían cómo transmitir malevolencia con esos perfiles crueles: bocazas abiertas con escasos dientes, papadas, arrugas, tatuajes, ojos vacuos o llenos de odio.
 
Hacia el final de su etapa primera Jerónimo comenzó a sentirse más cómodo y empezó a introducir en sus creaciones esos elementos inquietantes tan propios de su arte. Tal cosa se pone de manifiesto en un óleo que se ha conservado bastante mal, desgraciadamente: se titula Las bodas de Caná y se conserva en un museo de Róterdam.
 
Las bodas de Caná, óleo sobre tabla
Fuente: epdlp
 
La referencia más útil a la hora de juzgar la obra es una de las múltiples ilustraciones que Soudenbalch o alguno de sus numerosos discípulos hicieron para las Biblias iluminadas holandesas. En muchos evangelios de San Juan los holandeses gustaban de mostrar los alegres acontecimientos que se dieron en una boda en la antigua Galilea, y cierto problemilla con el vino, recurriendo al humor: está claro que es debido a la prisa con la que los beodos se trasiegan las ánforas de vino que Jesús el Redentor tiene que multiplicarlas. Pero en el óleo del Bosco no hay nada cómico. Ambienta el episodio en el interior de una posada o taberna, lugares que en el pensamiento escolástico medieval no eran los más adecuados para las almas puras y buenas. La idea de que hay algo turbio en todo esto queda reforzada por:
  • El gaitero borracho de la esquina superior izquierda, que parece reírse de los circunstantes.
  • Dos diablillos (quizá los primeros monstruos del averno que pintó el Bosco) que surgen de la nada, como invocados por un hechizo maligno.
  • Uno de los platos contiene un cisne, símbolo común de la pagana Venus, y por tanto, de la lujuria.
  • No faltan la lechuza y el sapo, tándem que ya sabemos que se asocia con el mal.
  • En otro de los platos se sirve una cabeza de jabalí que curiosamente escupe llamas por la boca, símbolo oscuro de la incontinencia o quizá la gula.
  • Muchos invitados, más que contentos, parecen estar borrachos como cubas.
  • Y lo que es peor: dichos invitados parecen ir a los suyo, a la juerga y la francachela, sin prestar atención ni a los contrayentes ni al Mesías.

Además, en la composición que vemos al fondo un extraño personaje (quizá el dueño de la taberna, quizá un trasunto de Luzbel) señala un surtido de enigmáticos objetos que atestan una alacena, objetos que nadie sabe muy bien a qué cosa (seguramente maligna) pueden hacer referencia. En resumen, uno no puede menos que preguntarse qué pintan los dos solemnes e hieráticos novios y Jesús H. Cristo en lo que se intuye que es una francachela diabólica.
 
Un cuadro medieval merece una interpretación medieval. De este modo, el tapiz que vemos tras Jesús se solía colocar en las bodas tardomedievales de postín como acompañamiento visual de la novia. Si el novio es Juan el Evangelista (tal como se explica en los Evangelios con respecto a este episodio), la intención primera del cuadro es exaltar el valor cristiano de la castidad, ya que es Jesús quien actúa como "novia" (en el plano espiritual) del esposo. Por otro lado, la ambientación sinuosamente satánica que acompaña a tan piadoso sentimiento indica todo lo contrario: una lujuria desmedida. Y parece claro que Jerónimo prefiere centrarse en esto último: aficionado a las dicotomías, nuestro pintor muestra que opta siempre por denunciar el lado malo, el lado oscuro del alma de los hombres. Siempre será así: como veremos, en sus obras más famosas el Cielo aparece casi vacío y el Infierno tan atestado que su contenido se desborda sobre la tierra...
 
 
 


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