miércoles, 8 de mayo de 2013

EL PERÍODO DE LOS DISTURBIOS PARTE IV: DANZA DE DIMITRIS

En capítulos anteriores de la serie Rusia se va a la mierda hemos visto la muerte de Boris Godunov y de toda su familia inmediata, y tras esto el destino final del individuo que supuestamente iba a liberar al sentido pueblo eslavo de sus cadenas: asesinado y quemado y finalmente disparado por un cañón por ese mismo pueblo. Entremos ahora en los años más convulsos y deslavazados de una época convulsa y deslavazada. Un período de la historia de Europa oriental que parece un sketch de los Monty Phyton, pero con más sangre y sin puta la gracia.

Se dio otro vacío de poder: nadie mandaba en Moscú y nadie parecía tener ganas de sentarse en el trono del Kremlin. No en vano, quienes lo habían intentado habían acabado mal o lo siguiente. Pero no importa, ya que siempre hay alguien en este mundo pérfido cuyas ansias de poder le hacen desdeñar los peligros y le llevan a arriesgarlo todo para obtenerlo, pese a quien pese y si hay que matar, pues se mata.

Ese alguien, es posible que lo hayan adivinado, era Vasily Shuisky. Un día le da un beso en los morros a Dimitri I y le jura lealtad eterna, al día siguiente trama su asesinato (fue él quien armó y guió a la turba que ultimó a Dimitri en los sucesos de mayo de 1606) y finalmente se proclama zar, ya que estamos. Para ello lo mejor era contar con la colaboración de un importante grupo de hombres rudos y provistos de armas variadas, pero en el fondo Shuisky era un sentimental, y se empeñó en mostrar a sus confusos súbditos que tenía todo el derecho a gobernar. Es por esto que, por medios no demasiado claros, compró a unos ladrones de cadáveres el cuerpo de un crío anónimo (abundaban en el Moscú de esos días) y amenazó o sobornó a los popes para que declararan que dicho pobre chaval era el verdadero Dimitri, exhumado de su tumba en Uglich. Y no sólo eso: durante semanas paseó el cadáver por todas partes encima de un trineo y se dedicó a afirmar, en el mejor estilo de un feriante, que esos restos eran capaces de curar la lepra y hacerles crecer piernas nuevas a los mutilados de guerra. No pasó mucho hasta que en una grotesca ceremonia necrófila el archimandrita de Moscú proclamó santo al así llamado Dimitri.
 
No es Warhammer 40k, sino Basilio haciéndole la pelota al rey polaco
Pero toda aquella farsa se quedó sin objeto cuando de repente apareció en escena un nuevo Dimitri.
Primero, la contabilidad. Si el verdadero Dimitri, el chaval que torturaba animales en Uglich, es Dimitri Uno, entonces el Dimitri que acabó sus días en la boca de un cañón de campaña sería Dimitri Dos. Al niño sin nombre sacado de la tumba para sanar a los leprosos lo obviaremos para evitar que esto se convierta en un vodevil. Por lo tanto, vamos con Dimitri Tres.

Nadie tiene ni idea, incluso hoy, de quién cojones era Dimitri Tres. Quizá fuera un judío converso, un monje que había abandonado los hábitos, un trotamundos con cierta educación, un polaco, o un marciano. El caso es que en 1607 lo pillaron haciéndose pasar por un boyardo, y mientras le aplicaban el castigo habitual para ese tipo de trasgresiones (mazmorra & tortura), se las apañó para convencer a sus captores de que él era el verdadero Dimitri hijo de Ivan. Por lo visto, era un impostor compulsivo. Esto puede parecernos muy cogido por los pelos a nosotros, acostumbrados como estamos a los documentos nacionales de identidad y a la declaración de la renta, pero en esa época no había tanta burocracia, si es que había alguna: una persona con encanto, labia o magnetismo se las podía apañar para hacerse pasar por quien fuera. Y así fue en este caso. Una vez más, los polacos se metieron por medio: enviaron agentes para sacar a Dimitri Tres de la cripta donde estaba agonizando, le vistieron espléndidamente, le cortaron el pelo, le dieron de comer algo con sustancia para que no se le notaran las costillas, y le proclamaron zar. Tenemos entonces dos zares, Vasily y Dimitri Tres, y una repetición de lo sucedido con Boris y Dimitri Dos… con algunas variaciones interesantes.

Al principio, todo fue bien para Dimitri Tres. En su carrera para conquistar Moscú partió desde las posesiones polacas en Ucrania y fue ganando batalla tras batalla. Al pueblo ruso le gustan los ganadores, como a cualquiera, y muy pronto los ánimos de los acogotados y hambrientos siervos estuvieron de parte de este Dimitri: el Dimitri cadáver santificado en Moscú les importaba un huevo de pato, y eso si sabían de su existencia, lo que no era probable. Muy pronto los ejércitos polacos cercaron Moscú, aunque en una última gran batalla (cuyo resultado fue una excelente cosecha de muertos que hasta atascó un lago entero según las entusiastas crónicas) Vasily logró rechazarlos.
 
Dimitri Tres es el que monta a caballo
Se había llegado a un punto muerto. Dimitri Tres, víctima del ambiente general de locura apocalíptica, empezó a pelearse con sus amigos polacos y a cargarse a miembros de su guardia personal aparentemente al azar y sin ningún motivo; aparte de eso, decidió establecer una corte alternativa en la ciudad de Tushino. Tushino está a apenas veinte kilómetros de Moscú, donde un ansioso Vasily Shuisky intentaba encontrar la manera de salir de aquella apurada situación. No le quedaba ni una triste moneda de plata con la que sobornar a los codiciosos nobles, y a cada día que pasaba más y más grandes familias principescas cogían sus pertenencias, sirvientes y esclavos y se largaban a Tushino. Entonces Shuisky decidió sacar de la mazmorra donde había metido a la viuda de Dimitri Dos, la polaca Maria Mniszech, a condición de que se comportara y le diera un poco de credibilidad ante los polacos. Sin embargo, aunque al principio Maria cumplió su parte, no tardó en hartarse del vejestorio, que aparte de malo como la tiña le tiraba los tejos, y huyó a Tushino en cuanto vio la oportunidad. Una vez allí, se presentó ante Dimitri Tres y, en un giro que ni el guionista de series de la HBO más enfarlopado hubiera podido imaginar en sus sueños más alucinados, lo reconoció públicamente como su esposo muerto y se re-casó con él. Así es: le dijo a todo el mundo que el hombre que tenía a su lado se había restablecido de sus heridas, no en vano solamente le habían disparado varias veces en la cocorota, extirpado los genitales, quemado y disparado con un cañón. Cualquiera de recupera de algo así con un poco de reposo y unos buenos caldos.

¿No les parece muy romántico todo?
Vasily Shuisky se tiraba de los pelos. Se notaba muy cerca del abismo, así que hizo de tripas corazón y recurrió al último as de la baraja: una alianza con los suecos.
¿Los suecos? ¿Los putos suecos? Pues claro. En el siglo XVII Suecia era una potencia continental, un jugador importante en el confuso tablero del Risk que era Europa en aquellos tiempos, y estaba en condiciones de darle una buena patada en los huevos a Rusia si se lo proponía. Ahora los conocemos como esos hombres y mujeres altos y rubios con muchas pecas que entregan los Nobel, pero antes los suecos controlaban toda la región báltica y la mayor parte del norte de la Rusia actual. Dado que los suecos tenían sus asuntillos con los polacos la jugada de Vasily no andaba muy desencaminada, pero por supuesto los suecos no accedieron a ser sus amiguitos por mera cortesía: el objetivo era naturalmente poner a un sueco de sangre azul en el Kremlin. De modo que estalló una guerra dentro de la guerra: estábamos pocos y parió la abuela. Los polacos retiraron su apoyo a Dimitri Tres en septiembre de 1609 e invadieron Rusia a través de las tierras negras del suroeste (lo que hoy en día sería Bielorrusia), esta vez sin usar a un pretendiente ruso al trono como excusa; fueron repartiendo palos contra los suecos y algunos pobres desgraciados que seguían apoyando al idiota de Vasily; y la devastación alcanzó cotas asombrosas.

Polacos, rusos, suecos y… cosacos. Es la hora de hablar un poco más de los cosacos, esos salvajes hijos de la estepa, brutos como un arado y provistos de espeluznantes bigotes. La etnia cosaca es el resultado de mezclar a campesinos eslavos que huyen del hambre y la terrible servidumbre y tártaros nómadas que van por ahí a su puta bola. Semejante combinación los convertía en unos personajes difíciles de controlar en tiempos de paz. Protagonizaban muchos desmanes (de vez en cuando cruzaban el bajo Volga y quemaban aldeas, mataban a todos los varones, violaban a todas las mujeres, incluyendo abuelas, y se llevaban todos los caballos), pero los gobernantes polacos y rusos los usaban como tropas de choque contra los musulmanes turcos de más al sur cuando era necesario, y es por esto que los bestiajos bigotudos disfrutaban de bastante manga ancha. Pero en la Época de los Disturbios se les metió en la cabeza entrar en política. Resulta que uno de ellos, llamado simplemente Piotr (nadie sabe su nombre completo, ni su aspecto, ni qué pensaba de la vida ni absolutamente nada) había estado en Moscú en una ocasión cambiando caballos por botas, y sus compadres pensaron que debido a tal experiencia bien podía ser el zar. ¿Por qué no? Los cosacos afirmaron que a) Piotr era hijo del buen zar Fedor hijo de Ivan (véase la parte II) y b) Piotr era el verdadero Dimitri (Dimitri Cuatro en este caso). A cualquiera que dijera que eso era mentira le cortaban la lengua y le crucificaban, y muchos se pasaron al bando de Piotr/Fedor/Dimitri Cuatro, con más o menos entusiasmo. Los cosacos zumbados se convirtieron en los nuevos pretendientes al trono del Kremlin, o quizá mejor en los buitres que habían llegado los últimos a la rebatiña por el cadáver de la Rusia de los Rúrik. Guerra dentro de la guerra dentro de la guerra envuelta en el caos…
 
He aquí a un cosaco nazi
A todo esto, una conspiración interna pagada por los polacos derrocó al pseudo-zar Vasily Shuisky en 1610. Lo curioso es que ni le envenenaron ni le estrangularon: se limitaron a tonsurarle a la fuerza y a encerrarle en un monasterio. Por lo visto, esto bastó para eliminar a Vasily de la partida. Y poco después Dimitri Tres, a quien sus convecinos de Tushino echaban la culpa por la invasión polaca, la invasión sueca, la invasión cosaca y hasta por la mala calidad del vodka, perdió la vida durante una trifulca de borrachos. Se conoce que un tártaro de su guardia personal le tenía animadversión porque Dimitri Tres había ordenado la muerte de su hermano durante uno de sus arrebatos; así que, mientras ambos se embriagaban en el lujoso trineo de Dimitri tirado por siervos, de repente sacó una pistola y le disparó en un ojo. Hecho esto, le cortó la cabeza con una hachuela y se la llevó de recuerdo a su casa. Estuviera donde estuviese su casa: nadie volvió a ver al tártaro ni a la cabeza.

Y acabamos como empezamos: con el trono de la sagrada Rusia vacante para quien tuviera los santos cojones de ocuparlo.




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