Las bestias más inverosímiles
acechan bajo las oscuras y oleaginosas aguas del celuloide, querido lector. Una
plétora de inmundas anormalidades pelágicas surgidas de las mentes más
desnortadas del mundo del cine cutre esperan para devorarnos en nuestras más
atroces pesadillas. O mejor dicho, están ahí para que podamos cachondearnos a
gusto de sus dementes creadores. Pueden
ser cangrejos parlantes, algas homicidas, hombres octopoides mutantes o pirañas
voladoras: cualquier cosa es posible. ¡Bienvenidos al alucinante mundo de la
caspa marina, con tres epatantes ejemplos!
1. LA GRIETA (España/EEUU, 1989). Donde
nada puede vivir… vive. Donde nada puede respirar… respira. Donde nada puede
sobrevivir… se multiplica!
El primer puesto de este catálogo
de horrores visuales lo ostenta, para nuestra patriótica delectación, una de las joyas del cine español del siglo pasado
y de todos los siglos. Esta película del ínclito Juan Piquer Simón, autor de culto que nos regaló las retinas
con masterpieces garbanceras del calibre
de Slugs. Muerte viscosa y Misterio en la isla de los monstruos,
nos presenta la aventura de un grupo de científicos y militares en unas cuevas
de cartón piedra de los abismos del mar. Rodada con cierto ritmo, entre sus
pluses podemos reseñar un convincente diseño de producción (no en vano se notan
los dólares) y la bienvenida presencia de unos actores solventes, como José
Martínez Bordiú, más conocido como Pocholo.
(¡SPOILER!) En efecto, Pocholo
interviene en el film dando vida (como puede) a un buceador escandinavo llamado
Sven. Por lo visto, su papel en un principio iba a ser más largo, pero ciertas
desavenencias con el director lo acortaron hasta tal punto que el heredero del
material genético del Generalísimo apenas pronuncia cuatro líneas, siendo prontamente
derretido por unas algas negras devoradoras de carne humana.
¿Llevas algo de tema, Sven? Tengo el mono |
(¡SPOILER!) La trama es asaz
emocionante. Se ha perdido por las fosas noruegas un submarino y su diseñador
recibe el encargo de utilizar otro avanzadísimo sumergible de su invención para
rescatarlo. Lo curioso es que por mucho que nos digan que este artefacto es el
no va más de la exploración de la mar, visto por fuera parece el puto submarino
amarillo de Los Beatles. En su empeño le acompañarán una horda de científicos y
militares asesinables, así como su ex, un capitán de la armada de gesto adusto
y el buceador escandinavo-ibicenco Sven. A la considerable tensión que resulta de
permanecer recluido en un espacio angosto con tu ex mujer bajo kilómetros de
agua salada pronto se le añade el hecho de que las cuevas por donde se ha
perdido el otro cacharro están petadas de todo tipo de monstruos marinos
comedores de personas. Hay de todo: anguilas gigantes, peces raros y gordos,
gusanos (uno de los leitmotivs del director) y las ya mentadas algas
depredadoras… El resto de la película es un ir y venir de burradas
subacuáticas, y el giro final es lo de menos: resulta que las criaturas son el
resultado de unos experimentos genéticos de algún Gobierno malnacido. Denuncia
ecológico-política al canto por toda la cara. Es decir, muy parecido todo a Abyss, Leviathan o Profundidad seis, pero sin cortapisas, sin medias tintas, sin
metafísica, sin drama, sin comedia, sin red. Abracadabrante.
Quita, bicho |
2. EL ATAQUE DE LOS CANGREJOS GIGANTES (EEUU, 1957). Desde las profundidades del mar… ¡Una
gigantesca ola de terror!
Todo lo que queráis saber sobre los responsables de esta maravilla aquí. Y está enterita en youtube.
Palabras mayores: he aquí una de
las mejores películas del productor, director, empresario, guionista y
legendario tacaño Roger Corman,
conocido en el mundillo por a) sus fastuosas versiones fílmicas de los cuentos
de Edgar Allan Poe y b) su facilidad de rodaje y economía de medios (se jactaba
de poder terminar una película en dos semanas). También se le conoce por el
gracioso juego de despiste que son los pósters de sus películas, donde los gráficos
y espectaculares monstruos aterradores prometidos resultan ser, cuando ves la
película, actores disfrazados en un saldo o VW tuneados con tres o cuatro
colchones.
(¡SPOILER!) El argumento es el siguiente: unos
ecologistas avant la lettre viajan a un pantano fronterizo entre Tejas y México
o por ahí (salen mejicanos) y allí se topan con unas crías de pulpo un poco
raras. No importa que en los anales de la zoología nunca se haya visto un pulpo
que viva en aguas dulces, porque el padre (o la madre, no lo sé) de esas
criaturillas resulta ser el legendario Octaman, conocido, venerado y temido en
el lugar desde tiempos de los incas (o los mayas, a saber). Octaman, una
terrorífica entidad que resulta de vestir a un sufrido extra con un traje de
goma ridículo con tentáculos flácidos y una boca similar a la de una muñeca
hinchable pero con colmillos, se cabrea muchísimo y el resto de la película es
un vodevil absurdo en el que Octaman acecha, Octaman embosca, Octaman ataca y
Octaman mata.
Los homicidios de Octaman,
punteados por una increíble (por inaguantable) banda sonora compuesta por el
sobrino de alguien con el Casiotone, consisten en acercarse a su presa y
rozarle con uno de sus tentáculos de goma. Y ya está. La víctima cae fulminada
como si esos tentáculos estuvieran recubiertos de napalm, fósforo blanco,
estricnina y veneno para cucarachas todo a la vez. En fin, el tipo disfrazado
se mueve por charcas, parques de caravanas y descampados cansinamente buscando
recuperar a sus crías y de paso rapta a una bella mujer, sabe Cthulhu para qué.
Resumiendo, salvan a la chica y le dan un escopetazo a la aberración, porque
una cosa es ser ecologista y otra cosa es dejar que te folle vivo un
hombre-pulpo, y fin. Hora de aplaudir, porque la tortura acabó.
Pero a Roger le podemos perdonar
su cutrez porque él mismo se ríe de ella y, carajo, no es mal director en
absoluto, sólo… apresurado. Y esta perla de turbador atractivo psicotrónico no
es la excepción. Encuadrada en el fructífero género de los Mutantes
Radiactivos, comienza en una isla del Pacífico emplazada donde Cristo perdió el
plumero: han desaparecido unas buenas gentes, misterio, metraje de explosiones
nucleares tomado de documentales del ejército a mansalva, suspense, emoción.
Allá se desplaza un heterogéneo grupo de héroes investigadores en el que no
puede faltar la parejita, pero también un físico nuclear, un marinero que
casualmente tiene fobia a los cangrejos y el mejor personaje de la película, un
botánico francés llamado Jules que no puede ser más adorable (y gilipuertas). Todos
ellos caracteres bien perfilados (algo inaudito en la morralla de autocine) a
los que cogemos cariño muy pronto. ¿Qué ha pasado? Pues resulta que las
radiaciones atómicas han convertido a los cangrejos del lugar en voraces
crustáceos sobredimensionados sedientos de sangre. Lo normal. Además, los efectos
de la radiación les han dotado de peculiares poderes, pues poseen la capacidad
de asimilar la inteligencia de sus víctimas, volviéndose cada vez más listos e
hijos de puta, y lo mejor: son
ventrílocuos y pueden atraer a la peña imitando voces. No está mal para
unos muñecos de mierda montados sobre el capó de un coche, ciertamente. ¡Los
cangrejos amenazan a la raza humana! ¡Destruidlos a todos!
Las tornas se han vuelto |
Y para ser de los cincuenta, no
escatima la violencia: manos cortadas y decapitaciones servidas por los
cangrejos mutantes… No se hace larga en absoluto, los ruidos que hacen los
cangrejos madafaquers son extrañamente inquietantes, y casi lloramos cuando los
monstruos se zampan al pobre botánico. Serie B imprescindible, cine que ya no
se volverá hacer jamás.
Se le va la pinza |
3. OCTAMAN (EEUU/México, 1971). ¡Horror
a raudales producto de la basura nuclear!
Los responsables están todos aquí. Y si tenéis valor y marihuana, echadle un vistazo aquí.
Irónico cuando menos resulta que
el guionista de una de las mejores películas fantásticas de todos los tiempos,
Harry Essex (La mujer y el monstruo, que por cierto también está protagonizada
por un ser de las profundidades) sea también el director de, digámoslo sin
rodeos, un zorongo audiovisual de la talla de Octaman. Pocas veces se ha visto en una pantalla semejante
compendio de narrativa esquizofrénica, efectos especiales propios de un curso
de pretecnología para chimpancés e interpretaciones dignas de castigarse con la
inyección letal. Pero aún con todo es recomendable su visionado, sobre todo si
uno se bebe un trago de ginebra cada vez que sucede alguna majadería.
Borrachera del siglo asegurada y risas mil, amigos.
Cefalópodo y Julieta |
Octaman ve las cosas quintuplicadas, como si estuviera borracho |
Un par de curiosidades: el diseñador
de efectos especiales de este atentado al acervo cultural de la humanidad es
Rick Baker, el cual posteriormente se resarció de semejante basura
convirtiéndose en uno de los mejores especialistas en trucos de maquillaje del
cine de terror y ciencia ficción.
Bueno, a él le fue bien, porque la
actriz principal, la guapísima actriz de origen italiano Pier Angeli, se quitó
la vida con una sobredosis de barbitúricos poco después de rodar esta cosa.
Su sueño era convertirse en una estrella de Hollywood, protagonista de grandes superproducciones
de fama internacional y todo eso; pero acabó siendo manoseada por los
tentáculos de un ridículo monstruo de goma en una charca… y eso es un bajón
para cualquiera.
Rick Baker pensaba en esto cuando diseñó a la criatura |
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