sábado, 18 de enero de 2014

HAUPTMANN VON KÖPENICK

Como ya saben, en este blog abundan las difamaciones, las calumnias y las injurias xenófobas sobre cualquier cultura, nación o etnia que se tercie, y ahora les toca a los alemanes de Alemania. Lo sentimos mucho, pero ¿qué pueden esperar de una mierda de blog? Nada como un comentario insultante para captar la atención de la gente y tal. Y así seguimos con la senda abierta por el gorila prusiano del anterior post.
 
La preguntas son: ¿es cierto que alemanes eran (y quizá sean) unos cabezas cuadradas que no saben componérselas si algo no está en el reglamento o en el manual de instrucciones? ¿Acaso la mística de los uniformes condujo a los hablantes de la bella lengua de Goethe y Goebbels a los desastres de las dos guerras mundiales? Y por último: ¿hay algo más sexy que unas botas de caña alta?
 
 
Colección primavera prêt-a-porter.
 
 
Tantas preguntas y tan poco tiempo. Pero no intentaremos responderlas, sino que nos iremos por los cerros de Úbeda soltando un rollo anecdótico y vagamente bizarro.
 
Resulta que Köpenick era  una tranquila y pequeña urbe sita muy cerca de Berlín (ahora es un simple barrio), en pleno corazón de los terrenos de caza del lobo ario. Y el 16/10/1906 llegó a ese lugar un Hauptmann del Primer Regimiento de la Guardia a Pie (seguro que en alemán suena más impresionante) procedente de la capital. Nada más bajarse del tren detuvo a una compañía de soldados, porque siempre había soldados desfilando arriba y abajo en las ciudades y villas alemanas de aquellos tiempos: eran un poco como las pandillas que hacen botellón de la actualidad. El Hauptmann anónimo ordenó a esos soldados que se pusieran bajo su mando y le siguieran, y los soldados no dudaron un instante en obedecer porque a) era un Hauptmann del Primer Regimiento de la Guardia de a Pie de Berlín y b) eran soldados alemanes. Señorsíseñor, dijeron, y toda la tropa marchó (up, er, aro) hasta el ayuntamiento de Köpenick.
 
Una vez allí, el Hauptmann misterioso pero dotado de la auténtica autoridad entre brusca y paternal (siempre que hablemos de padres orcos) de un Hauptmann del ejército alemán de toda la vida, le dijo al Alcalde que estaba arrestado, y luego fue a la habitación donde se guardaban los dineros de la ciudad de Köpenick (ya que el Alcalde, supongo que con el título honorífico de Herr Doktor von Alcalde o algo así, no había hecho ninguna objeción al arresto). En esa habitación había un policía lamentablemente en estado de dejación de servicio dado que estaba sobando, y el Hauptmann le echó una bronca de campeonato: lo siento, Herr Hauptmann, no volverá  pasar - dijo el policía mientras se ponía en posición de firmes y entrechocaba los talones, ¡tachak! -, por favor sírvase decirme que es lo que desea, Herr Hauptmann asusórdenes. Pues el Hauptmann quería llevarse el dinero del ayuntamiento de Köpenick: tras mandar a un piquete de soldados que escoltaran al perplejo y obediente Alcalde a la estación de tren y lo vigilaran en su viaje a Berlín, donde su caso sería visto por las autoridades competentes, cogió el dinero (cuatro mil marcos del [segundo] Reich más o menos) y luego extendió un recibo que firmó con una excelente floritura digna de los más elevados escalafones del Estado Mayor prusiano. Luego de lo cual ordenó descanso a sus hombres, salió por la puerta haciendo el paso de la oca y desapareció con marcial dignidad.
 
 
Recreación de los hechos.
 
(Huelga decir que durante todo este episodio todo el mundo lleva uniforme: hasta la señora de la limpieza y la cacatúa si las hubiere).
 
Vaya historieta aburrida, ¿a dónde quieres llegar, pesado de los cojones? Estos son los sorprendentes hechos: el Hauptmann no era ni Hauptmann, ni Oberleutant, ni Unteroffizier, ni siquiera un simple privat que pela patatas, sino que se trataba del estafador, ladrón de oportunidad y notorio buscavidas berlinés Friedrich Wilhelm Voigt, sin relación alguna con el ejército alemán o cualquier otro ejército ya que estamos.  Friedrich se había confeccionado a su gusto un vistoso uniforme de capitán de la Guardia usando la muchísima tela feldgrau almacenada en las casas de empeños de Berlín y que se vendía por cuatro chavos. Luego había ido a Köpenick y, sabedor de que un alemán mira antes al uniforme de alguien que a su cara, realizó su paripé maestro. Un verdadero éxito espectacular: tan satisfecho se sintió Friedrich de su hazaña que decidió regresar a la ciudad poco después, ya siendo él mismo, para disfrutar de la confusión que había creado.
 
 
Fotografía policial de Friedrich Wilhelm Voigt,
Adviértase en su fisonomía los rasgos que Lombroso
relacionaba con ser más listo que el hambre.
Fuente: Deutschewiki
 
Pero lo detuvieron y el extravagante Dioni germano de principios del siglo XX fue condenado a cuatro años de prisión. Algunos consideraron su acto un insulto a la patria, y a él un extranjero desvergonzado, y quisieron verlo pudriéndose en el presidio. Pero otros (incluyendo alemanes) encontraron todo el asunto gracioso que te cagas. Por suerte para Friedrich una de las personas que consideró su robo un descojone fue el mismísimo mandamás de Alemania, Friedrich Wilhelm Viktor Albrecht von Hohenzollern, más conocido como Guillermo Dos de Alemania, e incluso más conocido simplemente como el Káiser. "Joder, pero si se llama como yo el cabrón", pensaba el Káiser dándose golpetazos en los gemelos con la fusta, y su buen humor a la hora de considerar el caso predispuso a la mayoría del público alemán en favor del falso capitán de Köpenick. Esto era un poco extraño, porque Guillermo era del tipo de alemán que se ponía uniforme hasta para dormir, y consideraba el ejército prusiano la quintaesencia del espíritu de la gran nación alemana, y nada le gustaba más que ver desfiles, escuchar marchas militares y ver cómo bautizaban acorazados gigantes con botellas de champán. Pero también era un viva la Virgen y le daban venadas, así que abreviando; a Friedrich le rebajaron la pena y además su nombre se hizo muy popular, apareció una biografía suya (bastante edulcorada) que se vendió como salchichas, su jeta aparecía en postales y calendarios, y hasta le hicieron un doppelgänger de cera en el Museo de Madame Tussaud.
 
¿Lo ven? Uniformes y alemanes, como el culo y la mierda. Y colorín colorado, este cuento está kaputt.

- Que nos digan a nosotros lo de los uniformes, ¿eh, mi Führer?
- Ya te digo, Heinrich.
 
 


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