lunes, 22 de julio de 2013

EL EXTRAÑO CASO DEL DOCTOR DAMASIO Y MÍSTER GAGE

- Doctor, aquí hay trabajo de sobra para usted.
PHINEAS GAGE A SU MÉDICO
 
Un sistema complejo intentando entenderse a sí mismo: eso hacemos cuando intentamos entender la mente. Usamos la mente para entender la mente: ¿qué absurdos, qué círculos viciosos, qué trampas, qué chorradas grandes como pianos nos acechan en este empeño fútil? La mente es la Última Frontera de la Ciencia; el Misterio Final; lo Absoluto Incognoscible; y una buena excusa para usar mayúsculas pomposas. No son pocos los que han intentado resolver el problema de la mente y la consciencia y toda la pesca, y todos han sido tragados por el abismo de la paja mental. Estos héroes y heroínas se conocían en tiempos pasados con los nombres de filósofos, pensadores o eruditos. Ahora los conocemos como los neuroplastas de los cojones (o neurocientíficos).
 
"El alma está por aquí, donde señalo con el lápiz"
 
Examinemos ahora una de las mejores ventanas (con los cristales sucios) que jamás hemos tenido para mirar el interior del Secreto de la Conciencia, de mano de un pobre tipo al que se le clavó una barra de hierro en la puta cabeza y un neuroplasta portugués con canas en el pelo. Todos los que se interesan en las movidas de la Mente conocen esta historia: es algo así como la Pretty Woman de las ciencias neurológicas. No vamos a descubrir petróleo precisamente, pero ¿acaso no queda genial decir cosas sobre la Mente en un puñetero blog?
 
1. 13 DE SEPTIEMBRE DE 1848, EN LAS CERCANÍAS DE CAVENDISH (VERMONT, ESTADOS UNIDOS).
Ese aciago día, un capataz de la construcción llamado Phineas Gage sufrió un accidente. La versión canónica es que estaba colocando cargas de dinamita en una roca que atravesaba el camino de la pista que estaba ayudando a construir para luego tender vías de ferrocarril: su objetivo era mandar la roca a tomar por culo. En esos tiempos, el procedimiento para volar rocas en pedazos era hacerles un agujero con una broca, llenar el agujero de dinamita, poner una generosa cantidad de arena sobre el explosivo y luego introducir una barra de hierro para compactar la mezcla y concentrar el efecto del chupinazo. Gage usaba una barra maciza de hierro que pesaba unos cinco kilos y tenía más de un metro de largo. Y tres centímetros de anchura. Bien, el día en cuestión algo salió mal, muy mal. Se supone que Gage no atendió como debía al proceso de voladura (quizá porque un compadre le llamó e hizo que se distrajera) y la roca explotó antes de tiempo.
 
La barra de hierro salió disparada: atravesó la mejilla izquierda y la base del cráneo de Phineas Gage, penetró la parte frontal de su cerebro (lo que ahora se llama lóbulo frontal), salió de su cabeza, voló unos treinta metros y acabó clavada en el camino.
 
Phineas Gage se desmayó.
 
Así es: nuestro amigo no la palmó. Una barra le había taladrado la cabeza dejando un túnel en su cerebro, pero no murió (ni perdió el ojo izquierdo: la barra pasó a escasos dos centímetros de allí). Los acontecimientos posteriores nos dan una idea de lo recios que eran los capataces de la construcción de la Norteamérica del siglo XIX. A los cinco minutos ya estaba charlando con sus compañeros desde la carreta en la que le transportaron al hotel en que se alojaba. Según todos los testigos, que incluyen un párroco que se acercó por si era necesaria la extremaunción, Gage parecía perfectamente normal, pese a que se le podían ver los sesos por el agujero que tenía en la frente. Una vez en el hotel, Gage aguardó a su médico, el doctor Harlow, departiendo amigablemente con el señor párroco, algunos compañeros que usaban el incidente de la barra para escaquearse, el dueño del hotel y otro médico, de nombre Williams. Cuando Harlow hizo acto de presencia, ambos médicos estuvieron un rato admirando el agujero en la cabeza de Gage: uno de ellos introdujo el índice de su mano derecha en la frente del herido y el índice de la mano izquierda en la mejilla desgarrada, y comprobó que los índices se tocaban en el interior de la cabeza de Gage. Después se pusieron manos a la obra, cosiendo, reuniendo trozos de hueso y drenando sangre mientras Gage aguantaba el tirón y un empleado de la funeraria pasaba por allí para tomarle las medidas.
 
Vistas de la calavera de Phineas Gage,
y la calavera junta a la barra.
Catálogo fotográfico del Museo Warren de Anatomía, 1870.
Fuente: wikipedia
 
Es cierto que Phineas estuvo a punto de morir, pero no a resultas de su tête à tête con la barra de hierro, sino a causa de la terrible infección que siguió a las variadas y bastante repugnantes cirugías craneales a las que fue sometido por los matasanos. También perdió la vista en el ojo izquierdo pero, caray, podía caminar, contar chistes y trabajar. Un milagro del Señor o poco menos. Una vez recuperado, sus amigos de la obra le regalaron la barra de hierro, que habían conservado en una barraca como si fuera una especie de recuerdo de las putas ferias o algo así. En los anales se conserva el testimonio del párroco, reverendo Freeman, sobre la barra: afirma que, pese a haber sido lavada, "todavía se notaba como grasosa". Ecks.
 
2. "EL EQUILIBRIO ENTRE SUS FACULTADES MENTALES Y SUS INSTINTOS ANIMALES ESTÁ ALTERADO".
Estas palabras del doctor Harlow resumen el aspecto de la trágica historia de Phineas Gage que hace que los neurólogos saliven de alegre expectación todavía hoy. Y es que la personalidad del capataz cambió radicalmente después del accidente. Antes de la maldita barra Phineas había sido un tipo responsable, trabajador, amistoso, paciente, abstemio y sereno: una persona cabal, que se decía entonces. Después, era todo lo contrario: impaciente, irresponsable, borrachín, dado a soltar tacos y exabruptos, aficionado a apostar en las carreras de caballos y las peleas de perros, mal compañero e "incapaz de terminar cualquier cosa que empezaba". La barra que lo había transformado se convirtió en su talismán mientras rebotaba de empleo en empleo. Nunca se separaba de ella. Durante unos meses se ganó la vida en el circo de P. T. Barnum: por diez centavos se levantaba la piel de la herida y dejaba que la gente le mirase el cerebro. Murió en San Francisco, el 20 mayo de 1860, tras una serie de lamentables peripecias. Le enterraron abrazado a la barra de hierro.
 
Daguerrotipo de Phineas Gage, con su barra
Fuente: wikipedia
 
El doctor Harlow había seguido las vicisitudes vitales de Gage en la medida de sus posibilidades y se olía que ahí había un caso médico digno de estudio. A la muerte de Gage se puso en contacto con la familia y tras unos cuantos ruegos logró que exhumaran al capataz y se hizo con la calavera agujereada en 1867. Una vez tuvo ese patético resto mortal en su poder, se dedicó a exponer su teoría frenológica: la barra había destrozado las regiones cerebrales de Gage que albergaban los órganos de la Benevolencia y la Veneración, que él pensaba que estaban en el lóbulo frontal izquierdo cruelmente atravesado. Su razonamiento científico podría resumirse así: "estoy seguro de que en el lóbulo frontal izquierdo reside algo, lo que sea, que determina que alguien sea un buen tipo que no se gasta los cuartos en ginebra. He aquí un cráneo con esa zona agujereada. El hombre cuyo cerebro albergaba este cráneo pasó de ser una bellísima persona a convertirse en un tipo que se gasta los cuartos en ginebra. Luego la zona en cuestión alberga el espíritu de la Benevolencia y la Veneración. Q.E.D.". Los críticos de la frenología se lanzaron sobre Harlow como hienas hambrientas, y los defensores de la frenología la defendieron como topos rabiosos; mientras tanto otros doctores de todo el mundo exponían sus propias teorías y contrateorías y ocurrencias. Unos decían que Gage no debería poder hablar tras el accidente, otros que sí. Algunos decían que la barra había destruido el "orden jerárquico" de impulsos nerviosos en el cerebro de Gage, liberando las instancias más primitivas y animales de la conducta, y otros decían que de eso nada, monada. La cuestión es que el extraño caso de míster Gage servía para apoyar, confirmar o refutar la teoría de la mente  que estuviera de moda en un momento dado. Phineas Gage de Vermont se ha convertido en el tótem de los neuroplastas con el paso de los años, en el nombre mágico que pronuncian a todas horas los hechiceros con escáneres y los profanadores de cerebros, algo que puede dar verosimilitud a cualquier respuesta loca o loquísima a la Gran Pregunta. Pero su pobre calavera no dice nada.
 
Diagrama frenológico: la Benevolencia y la Veneración las tenemos en la frente.
Fuente: wikipedia 
 
 
3. EL PORTUGUÉS TIENE LA PALABRA.
Antonio Damasio es un neuroplasta de origen portugués (actualmente trabaja en Iowa) que en un libro bastante popular y muy bien escrito, titulado El error de Descartes, coge la historia de Phineas Gage y la adapta al modelo neurológico que impera hoy en amplios círculos del esoterismo cerebral. Tal y como indica el título, también es un apasionado ataque (en la medida en que un tratado sobre los misterios del cerebro escrito por un médico puede ser apasionado) al filósofo René Descartes y lo que se ha venido en llamar su dualismo mente-cuerpo. Y también es un intento de mostrar una Teoría Total sobre la Mente y la Consciencia que en última instancia, como todas las demás, no convence a todo mundo, y quién sabe si no será sustituida por otra.

Antonio Damasio
 
 El quid del argumento de Damasio es que hay personas, como Gage y otros señores y señoras que ha estudiado en su práctica clínica y en las profundidades ignotas de la literatura médica, que tras sufrir una lesión traumática o una infección o un tumor en una zona del cerebro situada en o cerca de los lóbulos prefrontales adoptan un síndrome llamado (jo jo jo) la matriz Gage. La matriz Gage, además de ser uno de los escasos epónimos de la medicina que no llevan el nombre de un médico sino de un paciente, consiste en un asombroso abanico de síntomas. Que se pueden resumir en: las personas que sufren esa desgracia mantienen su capacidad intelectual intacta (pueden sumar y restar, entender El error de Descartes y hablar con la suegra) pero presentan un importante déficit emocional. Como si fueran ultracuerpos o el señor Spock. La relación de todo esto con Descartes es que, hasta donde he llegado a comprender, Damasio niega que haya algo así como dos sustancias en nosotros, una puramente física y otra puramente mental,  sino que ambas coevolucionaron de forma compleja en el transcurso de los eones y se mantienen unidas por los gráciles puentes que son las emociones y los sentimientos. Las lesiones de los lóbulos prefrontales y las lobotomías y hacer caso a ese gañán de Descartes derriban esos puentes. Las emociones y los sentimientos son los módulos que usa la mente para monitorizar el cuerpo. Y la consciencia humana es el resultado de toda esa interacción maravillosa y extraordinariamente compleja, aunque la verdad es que en este punto me pierdo. Sepan que las emociones y los sentimientos están hoy muy presentes en el discurso neuroplástico, así que por lo general las ideas de Damasio han sido aplaudidas, y aprovechadas por charlatanes de todo tipo que hacen el agosto poniendo el prefijo neuro- a sus frascos de aceite de serpiente.

La invasión de las personas con déficit emocional
 
Pero no. En el libro hay errores metodológicos que lo convierten en ciencia, por lo menos, sospechosa. No pretendemos decir que Damasio sea un listillo vendedor de humo, al contrario: si existe un neurocientífico respetable, es él. Pero todos nos equivocamos.  Como ocurre con todos los intentos de introducir a Phineas Gage, su barra y su curiosa conducta en un marco absolutamente exhaustivo, que lo intenta explicar todo. En primer lugar, Damasio altera sutilmente la anécdota del accidente y la posterior vivencia de Gage para que se amolde a su discurso. Lo que se llama jugar con los hechos. En segundo lugar, el síndrome que postula, la matriz Gage, es un cajón de sastre que no sólo incluye lesiones prefrontales, sino otros tipos de lesiones en otras partes del cerebro, en plan sírvase usted mismo. En tercer lugar, la supuesta matriz Gage es demasiado variada en su sintomatología: algunos pacientes se vuelven irascibles y apostadores compulsivos, otros se hacen tímidos y reservados, otros se quedan mudos, etcétera. Y si los cimientos de la teoría de Damasio sobre la mente tienen estas grietas, ¿qué se puede pensar acerca de sus conclusiones?
 
Phineas Gage sigue siendo un enigma que te cagas, al igual que la mente de todos nosotros. Miren la calavera. ¿No les parece que se está riendo? El último que apague la luz.

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