jueves, 4 de julio de 2013

EL DEMONIO DE DOVER

O el extraño caso del feto andante.
 
Imagine, oh querido lector, que es un probo ciudadano de una pequeña localidad del estado de Massachusetts. Va en su coche con otros dos amigotes, pensando en sus cosas, camino a casa. Entonces mira usted hacia un lado del camino y ve a un bebé o un ser con el cuerpo pequeñito de un bebé, pero no es un bebé, porque tiene las extremidades demasiado largas, la cabeza demasiado grande, y no tiene boca y sus ojos son demasiado estrafalarios (grandes, almendrados y de color naranja o quizá verde o quizá verde con matices anaranjados) y esa cosa va y le devuelve la mirada.
 
Soy el Demonio de Dover y te miro fijamente
 
 
¿Cómo se le queda el cuerpo?
 
Pues algo parecido le ocurrió a William Bartlett mientras se dirigía a su casa. Datos del encuentro (va en cursiva porque no se trata de un encuentro normal y corriente, sino un encuentro con lo desconocido, oigan): sucedió sobre las diez de la noche del 21 de abril de 1977, y Bartlett, que tenía diecisiete años, pudo observar al extraño ser con cabeza de melón durante unos diez o quince segundos, subido a un muro derruido al que se agarraba con las cuatro extremidades, desde su vehículo en marcha. Sus dos acompañantes no vieron nada, pero William, exclamando algo así como "¡Qué cojones es eso!", detuvo el coche y los tres se acercaron al muro, pero no vieron ni rastro de la criatura: la cosa-pequeña-con-cabeza-de-melón-y-piel-gris-con-ojos-almendrados se había esfumado en la noche. ¡Córcholis!
 
Todo habría quedado como una extraña, inquietante y todos los adjetivos ad hoc que se nos ocurran experiencia de un chico cansado (suponemos), si no fuera porque un par de horas más tarde (sobre la hora de las brujas y los pequeños seres), otro mozo del lugar, el estudiante de quince años John Baxter, vio a la misma cosa mientras se dirigía a casa de su novia. El lugar del encuentro estaba a unos mil quinientos metros del primero. Al principio, Baxter pensó que aquello que le observaba muy fijamente desde unas piedras era el pobre vecino de su novia, el niño Brouchard, que sufría severas malformaciones producto de la talidomida. Pero el niño Brouchard tenía boca y sus ojos no eran esos focos de luz naranja. Baxter gritó y lo que más tarde se denominaría jocosamente como demonio de Dover pegó un salto y huyó. El chico se decidió a seguirle (con un par) y siguió el ruido de maleza hasta la orilla de un río cercano. Entonces se dio cuenta de que estaba solo en la noche y persiguiendo a una cosa de lo más rara y las lechuzas ululaban, así que la natural cautela le hizo salir por patas.
 
Esbozo del Demonio realizado por Coleman según la descripción de Bartlett
 
 
Aún hay más. A la medianoche del día siguiente, 22/4/1977, un tercer mozo de Dover, William Traintor, llevaba a su novia Abby Brabham de regreso a casa. Estaban de palique por la avenida Springdale cuando vieron al Demonio (sí, hemos pasado a las mayúsculas) quieto en el lado izquierdo de la calle, haciendo lo habitual, es decir mirar fijamente desde una posición acuclillada. Ellos estaban en el lado derecho y la distancia entre ambas aceras era... no encontré ese dato.
 
Declaraciones de los testigos de los encuentros. Bartlett: Parecía el cuerpo de un bebé, con las extremidades exageradamente largas. Su cabeza era desproporcionada en relación con el tamaño de la criatura, era grande y con una extraña forma de melón. Su color, además, era muy pálido, casi blanquecino, y su textura me atrevería a decir que era como la de un tiburón o la de un delfín. Pude ver unos larguísimos dedos en lo que eran sus manos, y al ser deslumbrado, el ser se quedó mirando con unos penetrantes, grandes y vidriosos ojos de color anaranjado, que además era lo único que podía distinguirse de su rostro. Baxter: Pude ver su silueta perfectamente, era muy delgado, pero lo que me impresionó fueron esos enormes ojos grandes y anaranjados que se clavaron en mí. Brabham: El animal se movía como un mono y era muy pálido. Tenía más o menos el tamaño de un mono o un niño pequeño. Su cabeza era muy grande y extraña. Tenía forma como de sandía, además, lo único que se podía ver en ella eran sus enormes ojos verdes. Conclusiones: 1) Bartlett sería un buen escritor de historias de abducciones, platillos y cosas ajenas de la noche y 2) Entre un día y otro el Demonio de Dover se cambió de lentillas.
 
Si busca en Google melón con ojos le saldrá esto
 
 
Dado que los cuatro jóvenes testigos tenían una reputación intachable (no eran ni hippies no anarquistas ni comunistas ni drogadictos ni tenían ningún interés en que se relacionaran sus nombres con fetos pálidos de otra dimensión), el caso Dover llamó la atención de Loren Coleman, de profesión criptozoólogo. Los criptozoólogos investigan cosas como el monstruo del lago Ness o el Bigfoot, aunque últimamente míster Coleman también se dedica a vaticinar matanzas masivas en los institutos de secundaria y también es un experto en copycats. El caso es que Coleman y sus colegas Nyman, Fogg y Webb se trasladaron a Dover con la intención de averiguar qué diantres había ocurrido. Su investigación consistió en: pasear por la cuneta, la calle Springdale y un descampado, y luego entrevistar a los cuatro testigos. Sus declaraciones les parecieron consistentes. La conclusión era impepinable: o bien el Demonio de Dover era un críptido, un animal desconocido para la ciencia, o bien era un puto alienígena del espacio exterior. Que es la conclusión (venga, admítanlo) más chachi piruleta, para qué nos vamos a engañar.
 
Loren Coleman et al.
 
 
O eso o era un alce recién nacido, que es lo que piensan el 99.99 % de los aguafiestas.

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